jueves, 16 de octubre de 2008

OBVIEDADES

Los grandes historiadores se distinguen a menudo por hacer evidente lo que, sólo tras leerlos, nos parece que era obvio. Lo he escrito, esto, hace poco, a propósito del libro de Witold Kula, Teoría económica del sistema feudal, a punto de aparecer en catalán en las Publicacions de la Universitat de València. El historiador polaco sostenía, en un tiempo no demasiado propicio para el pensamiento libre, a un lado y al otro del telón de acero, que la teoría económica, en cuanto que inspirada en un sistema económico y social concreto, el capitalismo, no podía dar cuenta de la racionalidad económica de todos los otros sistemas que ha conocido la humanidad. En pocas palabras, que las leyes del capitalismo no eran universales, ni en el tiempo ni en el espacio, válidas para todas las épocas y todas las culturas, que –como por ejemplo el feudalismo–, analizadas desde una perspectiva capitalista, parecían irracionales desde el punto de vista económico.
¡Por supuesto que era racional, el feudalismo! Lo que pasa es que su racionalidad económica no era la capitalista, sino que tenía su propia lógica, regida por otras leyes que las estrictas de la oferta y la demanda. Esto, que hoy parece de cajón, sólo lo parece después de que Kula se hubiera levantado contra la ortodoxia de la Teoría Económica y hubiera formulado una teoría específica del sistema feudal.
Cada día tropezamos con atentados parecidos contra la inteligencia, que sólo se revelan como tales después de haber sido denunciados por algún historiador más exigente y riguroso. Durante mucho tiempo, los historiadores han considerado que la familia romana estaba gobernada despóticamente por el paterfamilias, bajo la autoridad omnímoda del cual se situaban todos sus miembros, la mujer, los hijos y los esclavos, asimilados en su dependencia del padre/amo; sólo tras la muerte de éste emergería la diferencia entre los hijos y los esclavos. Ahora bien, a pesar de la subordinación de los hijos a la potestas del cabeza de familia, ya podamos suponer, por puro sentido común y por mucho que los contemporaneístas nos quieran convencer de que la familia (como el mercado, el estado, la nación, como todo, en definitiva) es una creación contemporánea, que los esclavos eran tratados de manera diferente de cómo eran tratados los hijos del amo. Alguna clase de afección, por poca que fuera, debía de haber entre padres e hijos, en contra de los historiadores más ortodoxos sobre este punto, desde el momento que, junto a los términos latinos más formales de pater y mater, había otros más informales como tata y mamma, equivalentes a nuestros papá y mamá. Una obviedad, sí, pero después de que los historiadores nos hayan recordado –en contra de otros historiadores– que el mundo no empezó anteayer.


Antoni Furió

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