jueves, 30 de octubre de 2008

BUC. Universitat, Cultura, Llibres

Acaba de aparecer el número 2 de BUC. Universitat, Cultura, Llibres, editada por la Xarxa Vives d’Universitats. La revista es una herramienta de las universidades pensada para contribuir a la divulgación de la producción cultural y científica universitaria, y para acercar las novedades editoriales de las universidades a la sociedad. En su primer número, la publicación incluye reportajes sobre la China como nuevo imperio mundial y sobre las dudas surgidas en torno a la fotografía del miliciano de Robert Capa, temas de interés general que se tratan desde una perspectiva rigurosa y a la vez atractiva. También contiene una entrevista con el investigador mallorquín Lluís Quintana-Murci, director de la Unidad de Genética Evolutiva Humana en el Instituto Pasteur de París, que explica que las diferencias genéticas en nuestra especie son interindividuales, no entre poblaciones: «Puede haber más diferencias genéticas entre dos personas de Barcelona que entre una persona de Barcelona y otra de Dakar», y que la genética, que nos puede mostrar «sólo una parte» de la historia de la Humanidad, aquella que permito explicar «como nuestra especie salió de África hace unos 60.000 años y colonizó Asia y Europa», «destruye completamente» el concepto de raza: «las diferencias entre los humanos existen, es evidente, pero esto no tiene ninguna importancia; esto es lo que hace falta hacer ver al conjunto de la población».

El número 2, además de las novedades bibliográficas de las editoriales universitarias de la Xarxa Vives, incluye reportajes sobre la triple hélice Universidad-Administración-Empresa como una clave para el desarrollo y sobre la figura de Jaume I, en el año del 800 aniversario de su nacimiento. El personaje entrevistado es Antoni Estevadeordal, gerente de Integración y Comercio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que explica que el actual modelo energético, basado en el carbón y el petróleo, ha empezado a cambiar: «Estamos sólo en las primeras etapas y seguramente será un proceso largo y con unos costes de transición elevados por algunos países». El economista barcelonés afirma que la globalización empezó en el siglo XIX y ahora sólo vivimos una nueva oleada globalizadora, y que Europa «tiene que adoptar una actitud pragmática» ante el empuje de la China. Destaca el papel de la cooperación internacional: «Es mucho más que un mecanismo de transferencia de recursos financieros entre ricos y pobres. Los programas de desarrollo tienen un importante valor añadido en términos de nuevos conocimientos, buenas prácticas en la implementación de políticas o en el intercambio de experiencias en desarrollo». La revista BUC, heredera del anterior boletín de novedades editoriales NEU, tiene periodicidad semestral y una tirada inicial de 40.000 ejemplares, que se distribuyen entre el profesorado de las universidades miembros de la Red y el alumnado universitario, así como en librerías de los territorios de la Red. La revista se puede consultar en PDF y tiene una versión electrónica a la librería virtual http://www.e-buc.com/, que pone al alcance del público toda la oferta editorial de las universidades.

La Xarxa Vives es una asociación de universidades sin ánimo de lucro que potencia las relaciones entre las instituciones universitarias de Cataluña, el País Valenciano, las Islas Baleares, Cataluña Norte y Andorra y también de otros territorios con vínculos geográficos, históricos, culturales y lingüísticos comunes, a fin de crear un espacio universitario que permita coordinar la docencia, la investigación y las actividades culturales y potenciar la utilización y la normalización de la lengua propia.


M. S.

viernes, 24 de octubre de 2008

Frankfurt 2008

Casi todos los años suele haber en nuestro país algún autor famoso o famosillo que se descuelga con un exabrupto contra la Feria de Frankfurt. Que es desmesurada, fría, impersonal y se parece más a un zoco de mercaderes que a un verdadero encuentro de la cultura. Que a él le va más la Feria de Madrid, mucho más cálida y humana y donde puede tener un contacto más directo con sus lectores, hablar con ellos, firmar libros y extasiarse con la contemplación de la cola de los que esperan acercarse a él. Es verdad, en la Feria de Madrid venderá decenas e incluso centenares de ejemplares de sus obras; de la Feria de Frankfurt, en cambio, depende que le lean miles o millones de lectores de diferentes países. Es posible, por otra parte, que en contraste con el entusiasmo que levanta a su paso por la de Madrid, en la de Frankfurt ni siquiera le reconozcan ni le traten como cree que merece. De ahí su inquina contra los mercaderes (que, en este caso y al contrario que los del Nuevo Testamento, no comercian a las puertas del templo, fuera de él, sino en lo más sagrado de su interior). Puedo asegurarle en todo caso que Orhan Pamuk, el escritor turco que ha inaugurado la edición de la feria de este año, levanta auténticas pasiones entre los asistentes, como también los grandes autores conocidos –y reconocidos– por el público inter­nacio­nal. Con Pamuk han venido más de 300 escritores y 800 traductores, intérpretes, artistas, músicos, ilustradores, agentes literarios, impresores, editores, libreros, biblio­tecarios y otras gentes relacionadas con el mundo de la cultura, procedentes de Tur­quía, el país que ha tomado este año el relevo de la cultura catalana como invitado de honor de la feria. Es, desde luego, una oportunidad única para “vender” un país, una cultura. El año pasado, la cultura catalana consiguió que se tradujeran cincuenta títulos a diversas lenguas (cifra que se ha mantenido este año, lo que confirma que la presen­cia en la Feria no se reduce a una pura operación mediática y que, si las cosas se hacen bien, los resultados pueden ser sostenidos y duraderos). Turquía puede aspirar a más; por lo pronto cuenta ya con un premio Nobel, el citado Orhan Pamuk, un gran escritor y un intelectual comprometido con la libertad de la cultura y el pensamiento en su país, que no tuvo empacho en criticar ante el mismo presidente de Turquía, en la ceremonia inaugural, la censura que todavía sufren los libros en el país.
Naturalmente, todos los años hay polémica. El año pasado fue la ausencia de escritores en castellano en la delegación de la cultura catalana. Una imbecilidad –no la ausencia, sino la polémica– creada artificialmente desde la prensa madrileña. En Cataluña puede haber dos lenguas –o más, si incluimos las de los inmigrantes mayori­tarios–, pero la cultura catalana, que era la invitada de honor, se expresa en catalán; en el Líbano y en Argelia hay escritores que escriben en árabe y otros que escriben en francés, pero si la invitada es la cultura árabe, la lengua representada es la árabe, y no hay más caso. Este año la polémica es sobre el trato que Turquía dispensa a los kurdos, que no es de recibo, pero que no empaña el valor e interés de la literatura turca, de la cultura turca en general.
La Feria de Frankfurt es, pues, un gran evento cultural. Pero, es verdad, es también o sobre todo un lugar para hacer negocios, para mercadear, para intentar ganar dinero con una mercancía tan peculiar como el libro, que ni siquiera –como ahora ya sabemos– es un objeto físico, sino un contenido que se puede ofrecer, comprar y leer en diferentes soportes, desde el papel al CD, la pantalla del ordenador conectada a Internet o el lector con tinta electrónica que ya comercializan Amazon y Sony. Ayer ya se profetizaba por aquí que en diez años el libro digital habrá sustituido al impreso en papel. Puede que eso sea verdad en algunos ámbitos, como las grandes obras de referencia, enciclopedias y diccionarios, en los materiales didácticos (necesa­riamente multimedia) y en las revistas de investigación, pero todavía quedarán secto­res, como la creación literaria o las revistas culturales, donde la “migración” al nuevo soporte será mucho más lenta.
La Feria de Frankfurt, al contrario que la de Madrid, no es una feria abierta al gran público (sólo el último día). Es una feria de profesionales. De profesionales del libro, que son además grandes lectores, los primeros en gozar de su propio trabajo. Porque les puedo asegu­rar que suelen ser tipos inteligentes, que ganarían más en otros campos más lucrativos, pero prefieren seguir en éste, quizá porque sólo se vive una vez y al final de la vida, cuando se mira hacia atrás, uno espera haber hecho algo más que ganar dinero, que amasar una pequeña o gran fortuna que, de todos modos, ha de dejar a sus herederos, que vaya usted a saber en qué se la gastarán. Pero sí, Frankfurt es una colosal kermesse de feriantes de todo el mundo –unos 7.000 expositores, entre editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, agentes literarios, impresores tradicio­nales, promotores de nuevas tecnologías vinculadas con la información y la comuni­cación–, apiñados en un macroespacio donde todas las cifras son pasmosas: más de cien países representados, más de 400.000 libros –en todos sus soportes– expuestos, más de 2.700 actividades paralelas (exposiciones, seminarios, conferencias, presentaciones de libros y colecciones, conciertos, veladas culturales…), más de… Todo en Frankfurt es gigantesco, y sin embargo El País reduce su información sobre la feria a anunciar que una editorial del grupo Prisa ha comprado los derechos de una novela sobre vampiros de Guillermo del Toro, más conocido hasta la fecha como director de cine. Para El País Guillermo del Toro se ha convertido en el auténtico prota­gonista de la feria; pero yo, si no llego a leer el periódico, no me habría enterado.
El verdadero problema de Frankfurt son sus proporciones. Es tan descomunal, que cada uno de sus ocho pabellones es tan grande como la mayor de las restantes ferias del mundo. Y eso dificulta el conocimiento mutuo. El mundo anglosajón se concentra en el pabellón 8, el único que cuenta con medidas de seguridad en las puertas de acceso. Y es todo un mundo aparte, hasta el punto de que es posible que muchos de los expositores allí instalados hayan venido desde Estados Unidos y no se hayan movido de sus stands. También es feliz en su autarquía Alemania, que ocupa dos pabellones, el 3 y el 4, y que al igual que ingleses, norteamericanos, canadienses, australianos, etc. etc., tienen bastante con sus propios libros y sus propios autores. No vienen a Europa a comprar, sino a vender. En contraste con los abarrotados pabellones germanos y anglosajones, los europeos y latinoamericanos están menos concurridos: el 6, donde está Francia, que ya no es la potencia cultural y editorial que era, y el 5, donde se ubican España e Italia. La asistencia todavía se rarifica más en los espacios reservados a los países asiáticos, islámicos y africanos. Los españoles vienen sobre todo a comprar. Tienen poco que vender y andan al acecho del best seller que mejore sus cuentas de resultados y sobre los que se han basado la fama y la fortuna de tantos editores aclamados en la península.
Publicacions de la Universitat de València (PUV) tiene su propio stand desde hace unos años en el 4.2, el pabellón dedicado a la edición académica y científico-técnica. No es un mal lugar. Es donde se le pone ya una cara al futuro. Donde tienen lugar los debates más interesantes, donde se experimenta con las nuevas tecnologías, donde se forman los grandes consorcios de la nueva era digital. Hace tiempo que somos socios de la Amsterdam University Press, seguramente la mejor editorial univer­sitaria euro­pea continental (debo añadir el adjetivo “continental” porque también en Europa, aunque en Gran Bretaña, están radicadas las dos mejores del mundo, Oxford University Press y Cambridge University Press, con quienes también tenemos negocios, no crean). Hoy han intentado convencernos de que nos sumemos, como socios españoles, a su nuevo proyecto editorial, la publicación en Open Access de libros de humanidades y ciencias sociales. De momento cuentan con tres socios holan­deses, uno británico, uno francés, uno alemán y otro italiano. Podría ser una buena iniciativa, pero hay que estudiarla con calma antes de adherirse a ella. Sobre todo para saber en qué se diferencia de los repositorios que ahora impulsan algunas universida­des españolas, entre ellas la de Valencia, a imagen y semejanza del MIT. Quizá una buena diferencia sea que el proyecto lo impulsan editoriales universitarias, y es que toda publicación, aunque sea en la red, exige un editor, la atención y el cuidado que pone un editor. Luego están los aspectos económicos, más espinosos. Ya veremos. Lo que es cierto es que es un proyecto inteligente, que es un proyecto europeo (¡por fin no vamos a remolque de los americanos!), que es un proyecto universitario y que está directamente vinculado al desarrollo de las nuevas tecnologías. Esto es, que pretende conseguir una mayor, mejor, más rápida y más fácil difusión del conocimiento cientí­fico y académico, de los resultados de la investigación en los diferentes campos del saber, de los materiales didácticos, de la reflexión sobre los problemas y las preocupa­ciones sociales de nuestro tiempo. Y esto es sólo una pequeña parte de lo que ofrece Frankfurt (aparte, claro está, de una escapada a la casa de Goethe, del alterne noctur­no en una de las numerosas fiestas ofrecidas por los editores locales o de acabar la velada en un garito de jazz escuchando la voz gastada y ronca de la negra americana que lo regenta y que sólo canta cuando los clientes habituales se lo piden). ¿Quién dijo que Frankfurt no merecía ya la visita y que prefería la feria más racial del parque del Retiro?

Antoni Furió

jueves, 16 de octubre de 2008

OBVIEDADES

Los grandes historiadores se distinguen a menudo por hacer evidente lo que, sólo tras leerlos, nos parece que era obvio. Lo he escrito, esto, hace poco, a propósito del libro de Witold Kula, Teoría económica del sistema feudal, a punto de aparecer en catalán en las Publicacions de la Universitat de València. El historiador polaco sostenía, en un tiempo no demasiado propicio para el pensamiento libre, a un lado y al otro del telón de acero, que la teoría económica, en cuanto que inspirada en un sistema económico y social concreto, el capitalismo, no podía dar cuenta de la racionalidad económica de todos los otros sistemas que ha conocido la humanidad. En pocas palabras, que las leyes del capitalismo no eran universales, ni en el tiempo ni en el espacio, válidas para todas las épocas y todas las culturas, que –como por ejemplo el feudalismo–, analizadas desde una perspectiva capitalista, parecían irracionales desde el punto de vista económico.
¡Por supuesto que era racional, el feudalismo! Lo que pasa es que su racionalidad económica no era la capitalista, sino que tenía su propia lógica, regida por otras leyes que las estrictas de la oferta y la demanda. Esto, que hoy parece de cajón, sólo lo parece después de que Kula se hubiera levantado contra la ortodoxia de la Teoría Económica y hubiera formulado una teoría específica del sistema feudal.
Cada día tropezamos con atentados parecidos contra la inteligencia, que sólo se revelan como tales después de haber sido denunciados por algún historiador más exigente y riguroso. Durante mucho tiempo, los historiadores han considerado que la familia romana estaba gobernada despóticamente por el paterfamilias, bajo la autoridad omnímoda del cual se situaban todos sus miembros, la mujer, los hijos y los esclavos, asimilados en su dependencia del padre/amo; sólo tras la muerte de éste emergería la diferencia entre los hijos y los esclavos. Ahora bien, a pesar de la subordinación de los hijos a la potestas del cabeza de familia, ya podamos suponer, por puro sentido común y por mucho que los contemporaneístas nos quieran convencer de que la familia (como el mercado, el estado, la nación, como todo, en definitiva) es una creación contemporánea, que los esclavos eran tratados de manera diferente de cómo eran tratados los hijos del amo. Alguna clase de afección, por poca que fuera, debía de haber entre padres e hijos, en contra de los historiadores más ortodoxos sobre este punto, desde el momento que, junto a los términos latinos más formales de pater y mater, había otros más informales como tata y mamma, equivalentes a nuestros papá y mamá. Una obviedad, sí, pero después de que los historiadores nos hayan recordado –en contra de otros historiadores– que el mundo no empezó anteayer.


Antoni Furió

jueves, 2 de octubre de 2008

Presentación de la revista Transfer

Hoy se ha presentado en Valencia, en el Aula Magna de la Universidad, la revista Transfer, una eficaz herramienta de proyección exterior de la cultura catalana, promovida por el Institut Ramon Llull. Transfer se publica en inglés y se nutre de los artículos que previamente se han publicado en catalán en revistas catalanas, mallorquinas y valencianas. Transfer podría tener sólo una existencia académica, y repartirse por los diferentes lectorados de catalán o los departamentos de hispánicas de cualquier parte del mundo; también podría reducirse a una presencia institucional, repartida por agregadurías culturales de las embajadas y otros organismos de representación institucional en el exterior. Esto sólo ya la justificaría. Pero resulta que Transfer es también útil y eficaz desde el punto de vista editorial y de la comunicación cultural. Al traducir al inglés los artículos que ya han tenido una circulación en catalán, les da una proyección exterior más amplia y les facilita una nueva circulación en un circuito cultural más amplio, europeo en primer lugar y enseguida global. Y así, un artículo de Josep Lluís Barona, que apareció inicialmente en catalán en L’Espill, fue traducido al inglés por Transfer y colgado también en la red europea Eurozine, que reúne más de 120 revistas en los más diversos idiomas del continente, desde Gran Bretaña a Turquía y de los países escandinavos a los mediterráneos. Y gracias a la traducción inglesa, el artículo de Barona ha podido ser leído e interesar a una revista china, que lo ha publicado en chino. El artículo de Barona, escrito y publicado en catalán, puede ser leído ahora en chino por lectores chinos, a través de la intermediación del inglés.
Tres revistas de la Universitat de València participan en el proyecto Transfer: Mètode, Caràcters y L’Espill. Una revista de divulgación científica, de alta divulgación científica, Mètode, que se publica trimestralmente con el objetivo de contribuir a la difusión del conocimiento científico y que se ha ganado un lugar y un prestigio bien merecidos más allá del ámbito estrictamente académico. Una revista de libros, una de las pocas revistas de libros que existen a nuestro ámbito cultural y lingüístico, Caràcters, crítica, rigurosa en sus juicios, independiente, moderna en su diseño y su concepción. Y una revista de pensamiento y cultura, L’Espill, que quiere continuar los presupuestos, actualizados a los nuevos tiempos, con que la fundó hace treinta años Joan Fuster, presupuestos que se apartan de un reflejo esencialista, de una continua y angustiada interrogación sobre el sí mismo de nuestra cultura y nuestra identidad, para reflexionar sobre los grandes problemas de nuestra época en un mundo cada vez más globalizado, más interconectado.
Tres revistas universitarias, en tanto que las publica la Universitat de València, pero que están lejos de limitarse a lo que entendemos habitualmente por cultura universitaria. Y esto se debe a dos factores: a lo mucho que ha cambiado, que está cambiando cada día, la función de la Universidad en nuestro tiempo, que ya no se circunscribe sólo a la docencia y a la investigación, los dos grandes pilares de la Universidad del siglo XX, sino que añade un tercer ingrediente cada vez más fundamental, como es el cultural y social, cívico, el de la intervención en los grandes debates públicos que interesan a nuestra sociedad, desde la organización del territorio y el urbanismo a la defensa y conservación del patrimonio o el crecimiento sostenible, y que en nuestro caso particular, añade además la defensa y conservación del patrimonio lingüístico, el uso normal y la dignificación de la lengua propia. A este protagonismo que la Universidad quiere tener en la vida ciudadana, en la vida social, a la cual puede aportar una importante masa crítica, se añade el papel sustitutorio que la Universitat de València ha debido jugar en este y en tantos otros aspectos de la vida cultural e institucional de nuestro país, llenando vacíos y déficits sustanciales en varias materias, desde el ámbito editorial, por ejemplo en el campo del ensayo y el pensamiento, siempre tan precarios, al representativo e institucional, mucho más delicado, como por ejemplo cuando tiene que asumir la representación valenciana en iniciativas o acontecimientos que afectan al conjunto de nuestra lengua, como la pasada edición de la Feria de Frankfurt, donde la cultura catalana fue la invitada de honor.
Este papel sustitutorio lo debe jugar una vez más, y con mucho gusto, en la colaboración con el Institut Ramon Llull del cual forman parte los gobiernos de Cataluña y las Islas Baleares (y a través de la Fundació Ramon Llull, también el gobierno de Andorra y, pronto, el Consell General dels Pirineus y la ciudad del Alguer), y al cual esperamos que algún día se añadan también las autoridades y las instituciones valencianas. Mientras tanto, la Universitat de València colabora en las distintas iniciativas del Ramon Llull y, en particular, en esta apasionante –y eficaz!– aventura editorial que es la revista Transfer, que se nutre de los artículos publicados previamente en varias revistas culturales de los Países Catalanes, entre ellas las tres ya citadas publicadas por la Universitat de València, pero que cuenta también con una destacada participación valenciana en su confección, desde el consejo de redacción, del cual forman parte Gustau Muñoz, Vicent Olmos, Neus Campillo y Martí Domínguez, a la edición e impresión, que se hace en Valencia, con la inestimable colaboración de la diseñadora gráfica Montse Mas y del director, Josep Lluís Martín. La revista, dirigida por Carles Torner, tiene una doble sede, en Barcelona y en Valencia, y es en Valencia, y concretamente en Publicacions de la Universitat de València, donde se lleva a término el proceso editorial, donde se coordina editorialmente la revista.
La aportación valenciana, y en particular la de la Universitat de València, a la revista Transfer es, pues, notable. En recursos técnicos y humanos, pero sobre todo en la voluntad de contribuir a un proyecto importante, necesario, en un mundo –como decía antes– cada vez más globalizado y que tiene en el inglés su lengua franca, a un proyecto en el cual creemos y con el cual nos sentimos fuertemente comprometidos.

Antoni Furió