Pocas cosas hay más agradables que pasear sin rumbo, sorprenderse en cada nueva esquina, dejarse atrapar por los atractivos inesperados de una ciudad, en vez de intentar atraparlos armado de planos y guías turísticas. Es lo que los franceses llaman flâner, un verbo de no fácil traducción al castellano y que exige practicarlo para entenderlo cabalmente. Y pocas cosas más agradables que visitar librerías para, además del goce que supone hojear las novedades expuestas en las mesas o escudriñar en las estanterías, si es que te gustan los libros, penetrar en los gustos y los intereses de las gentes que habitan la ciudad.
Sin embargo, las librerías están sufriendo por todas partes una doble transformación. Cada vez hay menos y las que sobreviven o las que se abren de nuevo, son todas cada vez más parecidas. Las librerías pequeñas y medianas, las librerías de librero, las que aseguraban la biodiversidad de la cultura y el pensamiento, están desapareciendo, y su lugar está siendo ocupado por las grandes superficies, interesadas sólo en dos tipos de libro: los textos escolares y los best sellers, es decir, los que son negocio. Pueden dedicar un amplio espacio a pilas y pilas de un mismo título, porque su venta asegura una buena rentabilidad por metro cuadrado, y en cambio no dedicar ni un centímetro o dos de visibilidad al lomo de un libro de ensayo, de un libro académico, de un libro de fondo, porque su venta es más incierta o irregular, esporádica. Y el interés primero del buen mercader es hacer caja todos los días.
Con los libros universitarios, como con muchos otros buenos libros, puede pasar y pasa como con muchas películas, que ni siquiera llegan a estrenarse; ni siquiera llegan a las pantallas porque a los propietarios de las salas de cine no les interesan: perderían dinero si las exhibiesen en vez de programar la película norteamericana de turno, de rentabilidad asegurada, aunque sea mala y de consumo y olvido inmediatos. Las librerías se están llenando también de eso, de libros de consumo y olvido inmediatos. De libros prescindibles, sin interés. Y eso no sólo pasa en las grandes superficies, sino también en las secciones de libros vinculadas a cadenas o establecimientos comerciales, como El Cortes Ingles, la Fnac o la Casa del Libro, que es donde cada vez más la gente suele comprar los libros. Cada día se parecen más. Cada día las secciones y los libros que tienen expuestos son los mismos. Para mal, naturalmente. En la Fnac ya hace tiempo que los libros de ensayo y de ciencias sociales en general han quedado reducidos a la mínima expresión. Ahora les ha tocado el turno también a los libros de historia y de humanidades, que han perdido espacio considerablemente y, por tanto, en la lógica mercantil de los mercaderes de libros, prestigio e interés. Incluso los libreros --aunque sería mejor decir los dependientes de la librería o el estratega comercial que se encarga de su distribución en mesas y anaqueles-- hacen trama y te cuelan entre los libros de historia novelas históricas, bazofias sobre los templarios y los cruzados, mamotretos esotéricos y fraudes colosales como las obras de César Vidal y Federico Jiménez Losantos.
El retroceso espacial de los libros de historia ha sido ocupado inmediatamente por los manuales de autoayuda, las guías de viaje y las obras sobre espiritualidad y misterios, incluidos los religiosos. Es el signo de nuestro tiempo. Al menos en Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla, donde las librerías tradicionales, pequeñas, cierran, y las secciones de libros de los grandes almacenes reducen sus pretensiones a la comercialidad y la irracionalidad más absolutas. Irracionalidad, porque no se me ocurre otro nombre de sección para todos estos libros de esoterismo, espiritualidad y autoayuda que ahora triunfan y ocupan los estantes donde antes se apiñaban los libros de pensamiento, cultura y buena literatura.
No es del todo el caso de Nueva York. También en los Estados Unidos y en los países anglosajones en general se ha producido el fenómeno de concentración y simplificación del mapa de librerías. Cuestan de encontrar, pero todavía hay librerías pequeñas, medianas, especializadas o generalistas. Pero el mapa aparece dominado ya por las grandes cadenas (como Barnes and Nobles, al igual que Waterstones y Borders en Inglaterra), que repiten el mismo modelo, y, por tanto, la misma oferta, por todas las sucursales que tienen abiertas por toda la ciudad. No hay sorpresas, no hay emoción. Entras en una nueva librería y sabes que vas a encontrarte lo mismo que acabas de ver en la anterior. I además, en el paquete, pocas cosas que valgan la pena. Quizá, de vez en cuando, alguna buena novela o algún buen ensayo, sobre todo de política o economía, medio ocultos entre la oferta apabullante de libros intranscendentes, que serán rápidamente olvidados cuando una nueva remesa de libros igualmente prescindibles venga a sustituirlos. Con una sola excepción: las obras de economía.
En la librería de Barnes and Nobes que tengo más a mano, cerca del Rockefeller Center --y donde entro, mientras afuera, ante la sede de la cadena de televisión NBC un pequeño grupo de manifestantes vocifera contra la influencia izquierdista en los medios de comunicación--, las secciones de historia y de ciencias sociales son tan pobres y decepcionantes como en todas partes. Nada bueno, nada de interés, con alguna honorable y aislada excepción. Y además, tienes que ir a buscarlos al sótano, en una ubicación recóndita y humillante. Bien, no es por nada, pero los títulos de historia, humanidades y ciencias sociales representan entre los dos tercios y las tres cuartas partes de la producción anual --y del fondo-- de las editoriales universitarias españolas. También de las university presses norteamericanas, cuyo títulos tampoco están presentes en las librerías de las grandes cadenas. Las editoriales universitarias, que publican mucho y muy bien, no venden sus libros en este tipo de librerías. Lo que significa que existen otros canales de distribución y venta.
Pero lo que me interesa destacar aquí, para cerrar esta primera nota previa a la inauguración de la BEA de este año, es la insólita presencia de los libros de economía en una librería comercial como Barnes and Noble. Insólita por la gran cantidad y diversidad de títulos --de economía en general, de management, de investment, de bussiness, de empresa...-- y por su emplazamiento en un lugar de honor como es la planta baja del establecimiento, nada más entrar. Lógicamente este lugar de preferencia y esta profusión de títulos sólo se explican si los libros de economía se venden mucho, Y es que parece que los análisis, tesis y profecías de los economistas suscitan entre los lectores norteamericanos un interés parecido al que suscitan las obras de espiritualidad, esoterismo y autoayuda entre los lectores españoles. Bien mirado, y aunque alguien podría argüir que la economía no deja de ser también una materia esotérica, los lectores norteamericanos, en contra de los tópicos que los presentan como casi analfabetos, despreocupados intelectualmente y menos curiosos culturalmente que los europeos, no sólo se preocupan más por los problemas reales y contemporáneos --la mitad de los libros de economía tratan de la crisis de 2008, sus causas, sus consecuencias, sus posibles soluciones, sus analogías con la de 1929--, sino que buscan explicaciones racionales. Los lectores españoles, a juzgar por las secciones y los títulos que triunfan en las librerías, parecen más preocupados por los misterios irracionales y por cómo ayudarse uno mismo (no importa si muchos de los autores de estos libros son norteamericanos, como aquél espabilado que se ha hecho rico preguntando a todo el mundo quién se ha llevado su queso).
Antoni Furió
Sin embargo, las librerías están sufriendo por todas partes una doble transformación. Cada vez hay menos y las que sobreviven o las que se abren de nuevo, son todas cada vez más parecidas. Las librerías pequeñas y medianas, las librerías de librero, las que aseguraban la biodiversidad de la cultura y el pensamiento, están desapareciendo, y su lugar está siendo ocupado por las grandes superficies, interesadas sólo en dos tipos de libro: los textos escolares y los best sellers, es decir, los que son negocio. Pueden dedicar un amplio espacio a pilas y pilas de un mismo título, porque su venta asegura una buena rentabilidad por metro cuadrado, y en cambio no dedicar ni un centímetro o dos de visibilidad al lomo de un libro de ensayo, de un libro académico, de un libro de fondo, porque su venta es más incierta o irregular, esporádica. Y el interés primero del buen mercader es hacer caja todos los días.
Con los libros universitarios, como con muchos otros buenos libros, puede pasar y pasa como con muchas películas, que ni siquiera llegan a estrenarse; ni siquiera llegan a las pantallas porque a los propietarios de las salas de cine no les interesan: perderían dinero si las exhibiesen en vez de programar la película norteamericana de turno, de rentabilidad asegurada, aunque sea mala y de consumo y olvido inmediatos. Las librerías se están llenando también de eso, de libros de consumo y olvido inmediatos. De libros prescindibles, sin interés. Y eso no sólo pasa en las grandes superficies, sino también en las secciones de libros vinculadas a cadenas o establecimientos comerciales, como El Cortes Ingles, la Fnac o la Casa del Libro, que es donde cada vez más la gente suele comprar los libros. Cada día se parecen más. Cada día las secciones y los libros que tienen expuestos son los mismos. Para mal, naturalmente. En la Fnac ya hace tiempo que los libros de ensayo y de ciencias sociales en general han quedado reducidos a la mínima expresión. Ahora les ha tocado el turno también a los libros de historia y de humanidades, que han perdido espacio considerablemente y, por tanto, en la lógica mercantil de los mercaderes de libros, prestigio e interés. Incluso los libreros --aunque sería mejor decir los dependientes de la librería o el estratega comercial que se encarga de su distribución en mesas y anaqueles-- hacen trama y te cuelan entre los libros de historia novelas históricas, bazofias sobre los templarios y los cruzados, mamotretos esotéricos y fraudes colosales como las obras de César Vidal y Federico Jiménez Losantos.
El retroceso espacial de los libros de historia ha sido ocupado inmediatamente por los manuales de autoayuda, las guías de viaje y las obras sobre espiritualidad y misterios, incluidos los religiosos. Es el signo de nuestro tiempo. Al menos en Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla, donde las librerías tradicionales, pequeñas, cierran, y las secciones de libros de los grandes almacenes reducen sus pretensiones a la comercialidad y la irracionalidad más absolutas. Irracionalidad, porque no se me ocurre otro nombre de sección para todos estos libros de esoterismo, espiritualidad y autoayuda que ahora triunfan y ocupan los estantes donde antes se apiñaban los libros de pensamiento, cultura y buena literatura.
No es del todo el caso de Nueva York. También en los Estados Unidos y en los países anglosajones en general se ha producido el fenómeno de concentración y simplificación del mapa de librerías. Cuestan de encontrar, pero todavía hay librerías pequeñas, medianas, especializadas o generalistas. Pero el mapa aparece dominado ya por las grandes cadenas (como Barnes and Nobles, al igual que Waterstones y Borders en Inglaterra), que repiten el mismo modelo, y, por tanto, la misma oferta, por todas las sucursales que tienen abiertas por toda la ciudad. No hay sorpresas, no hay emoción. Entras en una nueva librería y sabes que vas a encontrarte lo mismo que acabas de ver en la anterior. I además, en el paquete, pocas cosas que valgan la pena. Quizá, de vez en cuando, alguna buena novela o algún buen ensayo, sobre todo de política o economía, medio ocultos entre la oferta apabullante de libros intranscendentes, que serán rápidamente olvidados cuando una nueva remesa de libros igualmente prescindibles venga a sustituirlos. Con una sola excepción: las obras de economía.
En la librería de Barnes and Nobes que tengo más a mano, cerca del Rockefeller Center --y donde entro, mientras afuera, ante la sede de la cadena de televisión NBC un pequeño grupo de manifestantes vocifera contra la influencia izquierdista en los medios de comunicación--, las secciones de historia y de ciencias sociales son tan pobres y decepcionantes como en todas partes. Nada bueno, nada de interés, con alguna honorable y aislada excepción. Y además, tienes que ir a buscarlos al sótano, en una ubicación recóndita y humillante. Bien, no es por nada, pero los títulos de historia, humanidades y ciencias sociales representan entre los dos tercios y las tres cuartas partes de la producción anual --y del fondo-- de las editoriales universitarias españolas. También de las university presses norteamericanas, cuyo títulos tampoco están presentes en las librerías de las grandes cadenas. Las editoriales universitarias, que publican mucho y muy bien, no venden sus libros en este tipo de librerías. Lo que significa que existen otros canales de distribución y venta.
Pero lo que me interesa destacar aquí, para cerrar esta primera nota previa a la inauguración de la BEA de este año, es la insólita presencia de los libros de economía en una librería comercial como Barnes and Noble. Insólita por la gran cantidad y diversidad de títulos --de economía en general, de management, de investment, de bussiness, de empresa...-- y por su emplazamiento en un lugar de honor como es la planta baja del establecimiento, nada más entrar. Lógicamente este lugar de preferencia y esta profusión de títulos sólo se explican si los libros de economía se venden mucho, Y es que parece que los análisis, tesis y profecías de los economistas suscitan entre los lectores norteamericanos un interés parecido al que suscitan las obras de espiritualidad, esoterismo y autoayuda entre los lectores españoles. Bien mirado, y aunque alguien podría argüir que la economía no deja de ser también una materia esotérica, los lectores norteamericanos, en contra de los tópicos que los presentan como casi analfabetos, despreocupados intelectualmente y menos curiosos culturalmente que los europeos, no sólo se preocupan más por los problemas reales y contemporáneos --la mitad de los libros de economía tratan de la crisis de 2008, sus causas, sus consecuencias, sus posibles soluciones, sus analogías con la de 1929--, sino que buscan explicaciones racionales. Los lectores españoles, a juzgar por las secciones y los títulos que triunfan en las librerías, parecen más preocupados por los misterios irracionales y por cómo ayudarse uno mismo (no importa si muchos de los autores de estos libros son norteamericanos, como aquél espabilado que se ha hecho rico preguntando a todo el mundo quién se ha llevado su queso).
Antoni Furió