jueves, 30 de octubre de 2008

BUC. Universitat, Cultura, Llibres

Acaba de aparecer el número 2 de BUC. Universitat, Cultura, Llibres, editada por la Xarxa Vives d’Universitats. La revista es una herramienta de las universidades pensada para contribuir a la divulgación de la producción cultural y científica universitaria, y para acercar las novedades editoriales de las universidades a la sociedad. En su primer número, la publicación incluye reportajes sobre la China como nuevo imperio mundial y sobre las dudas surgidas en torno a la fotografía del miliciano de Robert Capa, temas de interés general que se tratan desde una perspectiva rigurosa y a la vez atractiva. También contiene una entrevista con el investigador mallorquín Lluís Quintana-Murci, director de la Unidad de Genética Evolutiva Humana en el Instituto Pasteur de París, que explica que las diferencias genéticas en nuestra especie son interindividuales, no entre poblaciones: «Puede haber más diferencias genéticas entre dos personas de Barcelona que entre una persona de Barcelona y otra de Dakar», y que la genética, que nos puede mostrar «sólo una parte» de la historia de la Humanidad, aquella que permito explicar «como nuestra especie salió de África hace unos 60.000 años y colonizó Asia y Europa», «destruye completamente» el concepto de raza: «las diferencias entre los humanos existen, es evidente, pero esto no tiene ninguna importancia; esto es lo que hace falta hacer ver al conjunto de la población».

El número 2, además de las novedades bibliográficas de las editoriales universitarias de la Xarxa Vives, incluye reportajes sobre la triple hélice Universidad-Administración-Empresa como una clave para el desarrollo y sobre la figura de Jaume I, en el año del 800 aniversario de su nacimiento. El personaje entrevistado es Antoni Estevadeordal, gerente de Integración y Comercio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que explica que el actual modelo energético, basado en el carbón y el petróleo, ha empezado a cambiar: «Estamos sólo en las primeras etapas y seguramente será un proceso largo y con unos costes de transición elevados por algunos países». El economista barcelonés afirma que la globalización empezó en el siglo XIX y ahora sólo vivimos una nueva oleada globalizadora, y que Europa «tiene que adoptar una actitud pragmática» ante el empuje de la China. Destaca el papel de la cooperación internacional: «Es mucho más que un mecanismo de transferencia de recursos financieros entre ricos y pobres. Los programas de desarrollo tienen un importante valor añadido en términos de nuevos conocimientos, buenas prácticas en la implementación de políticas o en el intercambio de experiencias en desarrollo». La revista BUC, heredera del anterior boletín de novedades editoriales NEU, tiene periodicidad semestral y una tirada inicial de 40.000 ejemplares, que se distribuyen entre el profesorado de las universidades miembros de la Red y el alumnado universitario, así como en librerías de los territorios de la Red. La revista se puede consultar en PDF y tiene una versión electrónica a la librería virtual http://www.e-buc.com/, que pone al alcance del público toda la oferta editorial de las universidades.

La Xarxa Vives es una asociación de universidades sin ánimo de lucro que potencia las relaciones entre las instituciones universitarias de Cataluña, el País Valenciano, las Islas Baleares, Cataluña Norte y Andorra y también de otros territorios con vínculos geográficos, históricos, culturales y lingüísticos comunes, a fin de crear un espacio universitario que permita coordinar la docencia, la investigación y las actividades culturales y potenciar la utilización y la normalización de la lengua propia.


M. S.

viernes, 24 de octubre de 2008

Frankfurt 2008

Casi todos los años suele haber en nuestro país algún autor famoso o famosillo que se descuelga con un exabrupto contra la Feria de Frankfurt. Que es desmesurada, fría, impersonal y se parece más a un zoco de mercaderes que a un verdadero encuentro de la cultura. Que a él le va más la Feria de Madrid, mucho más cálida y humana y donde puede tener un contacto más directo con sus lectores, hablar con ellos, firmar libros y extasiarse con la contemplación de la cola de los que esperan acercarse a él. Es verdad, en la Feria de Madrid venderá decenas e incluso centenares de ejemplares de sus obras; de la Feria de Frankfurt, en cambio, depende que le lean miles o millones de lectores de diferentes países. Es posible, por otra parte, que en contraste con el entusiasmo que levanta a su paso por la de Madrid, en la de Frankfurt ni siquiera le reconozcan ni le traten como cree que merece. De ahí su inquina contra los mercaderes (que, en este caso y al contrario que los del Nuevo Testamento, no comercian a las puertas del templo, fuera de él, sino en lo más sagrado de su interior). Puedo asegurarle en todo caso que Orhan Pamuk, el escritor turco que ha inaugurado la edición de la feria de este año, levanta auténticas pasiones entre los asistentes, como también los grandes autores conocidos –y reconocidos– por el público inter­nacio­nal. Con Pamuk han venido más de 300 escritores y 800 traductores, intérpretes, artistas, músicos, ilustradores, agentes literarios, impresores, editores, libreros, biblio­tecarios y otras gentes relacionadas con el mundo de la cultura, procedentes de Tur­quía, el país que ha tomado este año el relevo de la cultura catalana como invitado de honor de la feria. Es, desde luego, una oportunidad única para “vender” un país, una cultura. El año pasado, la cultura catalana consiguió que se tradujeran cincuenta títulos a diversas lenguas (cifra que se ha mantenido este año, lo que confirma que la presen­cia en la Feria no se reduce a una pura operación mediática y que, si las cosas se hacen bien, los resultados pueden ser sostenidos y duraderos). Turquía puede aspirar a más; por lo pronto cuenta ya con un premio Nobel, el citado Orhan Pamuk, un gran escritor y un intelectual comprometido con la libertad de la cultura y el pensamiento en su país, que no tuvo empacho en criticar ante el mismo presidente de Turquía, en la ceremonia inaugural, la censura que todavía sufren los libros en el país.
Naturalmente, todos los años hay polémica. El año pasado fue la ausencia de escritores en castellano en la delegación de la cultura catalana. Una imbecilidad –no la ausencia, sino la polémica– creada artificialmente desde la prensa madrileña. En Cataluña puede haber dos lenguas –o más, si incluimos las de los inmigrantes mayori­tarios–, pero la cultura catalana, que era la invitada de honor, se expresa en catalán; en el Líbano y en Argelia hay escritores que escriben en árabe y otros que escriben en francés, pero si la invitada es la cultura árabe, la lengua representada es la árabe, y no hay más caso. Este año la polémica es sobre el trato que Turquía dispensa a los kurdos, que no es de recibo, pero que no empaña el valor e interés de la literatura turca, de la cultura turca en general.
La Feria de Frankfurt es, pues, un gran evento cultural. Pero, es verdad, es también o sobre todo un lugar para hacer negocios, para mercadear, para intentar ganar dinero con una mercancía tan peculiar como el libro, que ni siquiera –como ahora ya sabemos– es un objeto físico, sino un contenido que se puede ofrecer, comprar y leer en diferentes soportes, desde el papel al CD, la pantalla del ordenador conectada a Internet o el lector con tinta electrónica que ya comercializan Amazon y Sony. Ayer ya se profetizaba por aquí que en diez años el libro digital habrá sustituido al impreso en papel. Puede que eso sea verdad en algunos ámbitos, como las grandes obras de referencia, enciclopedias y diccionarios, en los materiales didácticos (necesa­riamente multimedia) y en las revistas de investigación, pero todavía quedarán secto­res, como la creación literaria o las revistas culturales, donde la “migración” al nuevo soporte será mucho más lenta.
La Feria de Frankfurt, al contrario que la de Madrid, no es una feria abierta al gran público (sólo el último día). Es una feria de profesionales. De profesionales del libro, que son además grandes lectores, los primeros en gozar de su propio trabajo. Porque les puedo asegu­rar que suelen ser tipos inteligentes, que ganarían más en otros campos más lucrativos, pero prefieren seguir en éste, quizá porque sólo se vive una vez y al final de la vida, cuando se mira hacia atrás, uno espera haber hecho algo más que ganar dinero, que amasar una pequeña o gran fortuna que, de todos modos, ha de dejar a sus herederos, que vaya usted a saber en qué se la gastarán. Pero sí, Frankfurt es una colosal kermesse de feriantes de todo el mundo –unos 7.000 expositores, entre editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, agentes literarios, impresores tradicio­nales, promotores de nuevas tecnologías vinculadas con la información y la comuni­cación–, apiñados en un macroespacio donde todas las cifras son pasmosas: más de cien países representados, más de 400.000 libros –en todos sus soportes– expuestos, más de 2.700 actividades paralelas (exposiciones, seminarios, conferencias, presentaciones de libros y colecciones, conciertos, veladas culturales…), más de… Todo en Frankfurt es gigantesco, y sin embargo El País reduce su información sobre la feria a anunciar que una editorial del grupo Prisa ha comprado los derechos de una novela sobre vampiros de Guillermo del Toro, más conocido hasta la fecha como director de cine. Para El País Guillermo del Toro se ha convertido en el auténtico prota­gonista de la feria; pero yo, si no llego a leer el periódico, no me habría enterado.
El verdadero problema de Frankfurt son sus proporciones. Es tan descomunal, que cada uno de sus ocho pabellones es tan grande como la mayor de las restantes ferias del mundo. Y eso dificulta el conocimiento mutuo. El mundo anglosajón se concentra en el pabellón 8, el único que cuenta con medidas de seguridad en las puertas de acceso. Y es todo un mundo aparte, hasta el punto de que es posible que muchos de los expositores allí instalados hayan venido desde Estados Unidos y no se hayan movido de sus stands. También es feliz en su autarquía Alemania, que ocupa dos pabellones, el 3 y el 4, y que al igual que ingleses, norteamericanos, canadienses, australianos, etc. etc., tienen bastante con sus propios libros y sus propios autores. No vienen a Europa a comprar, sino a vender. En contraste con los abarrotados pabellones germanos y anglosajones, los europeos y latinoamericanos están menos concurridos: el 6, donde está Francia, que ya no es la potencia cultural y editorial que era, y el 5, donde se ubican España e Italia. La asistencia todavía se rarifica más en los espacios reservados a los países asiáticos, islámicos y africanos. Los españoles vienen sobre todo a comprar. Tienen poco que vender y andan al acecho del best seller que mejore sus cuentas de resultados y sobre los que se han basado la fama y la fortuna de tantos editores aclamados en la península.
Publicacions de la Universitat de València (PUV) tiene su propio stand desde hace unos años en el 4.2, el pabellón dedicado a la edición académica y científico-técnica. No es un mal lugar. Es donde se le pone ya una cara al futuro. Donde tienen lugar los debates más interesantes, donde se experimenta con las nuevas tecnologías, donde se forman los grandes consorcios de la nueva era digital. Hace tiempo que somos socios de la Amsterdam University Press, seguramente la mejor editorial univer­sitaria euro­pea continental (debo añadir el adjetivo “continental” porque también en Europa, aunque en Gran Bretaña, están radicadas las dos mejores del mundo, Oxford University Press y Cambridge University Press, con quienes también tenemos negocios, no crean). Hoy han intentado convencernos de que nos sumemos, como socios españoles, a su nuevo proyecto editorial, la publicación en Open Access de libros de humanidades y ciencias sociales. De momento cuentan con tres socios holan­deses, uno británico, uno francés, uno alemán y otro italiano. Podría ser una buena iniciativa, pero hay que estudiarla con calma antes de adherirse a ella. Sobre todo para saber en qué se diferencia de los repositorios que ahora impulsan algunas universida­des españolas, entre ellas la de Valencia, a imagen y semejanza del MIT. Quizá una buena diferencia sea que el proyecto lo impulsan editoriales universitarias, y es que toda publicación, aunque sea en la red, exige un editor, la atención y el cuidado que pone un editor. Luego están los aspectos económicos, más espinosos. Ya veremos. Lo que es cierto es que es un proyecto inteligente, que es un proyecto europeo (¡por fin no vamos a remolque de los americanos!), que es un proyecto universitario y que está directamente vinculado al desarrollo de las nuevas tecnologías. Esto es, que pretende conseguir una mayor, mejor, más rápida y más fácil difusión del conocimiento cientí­fico y académico, de los resultados de la investigación en los diferentes campos del saber, de los materiales didácticos, de la reflexión sobre los problemas y las preocupa­ciones sociales de nuestro tiempo. Y esto es sólo una pequeña parte de lo que ofrece Frankfurt (aparte, claro está, de una escapada a la casa de Goethe, del alterne noctur­no en una de las numerosas fiestas ofrecidas por los editores locales o de acabar la velada en un garito de jazz escuchando la voz gastada y ronca de la negra americana que lo regenta y que sólo canta cuando los clientes habituales se lo piden). ¿Quién dijo que Frankfurt no merecía ya la visita y que prefería la feria más racial del parque del Retiro?

Antoni Furió

jueves, 16 de octubre de 2008

OBVIEDADES

Los grandes historiadores se distinguen a menudo por hacer evidente lo que, sólo tras leerlos, nos parece que era obvio. Lo he escrito, esto, hace poco, a propósito del libro de Witold Kula, Teoría económica del sistema feudal, a punto de aparecer en catalán en las Publicacions de la Universitat de València. El historiador polaco sostenía, en un tiempo no demasiado propicio para el pensamiento libre, a un lado y al otro del telón de acero, que la teoría económica, en cuanto que inspirada en un sistema económico y social concreto, el capitalismo, no podía dar cuenta de la racionalidad económica de todos los otros sistemas que ha conocido la humanidad. En pocas palabras, que las leyes del capitalismo no eran universales, ni en el tiempo ni en el espacio, válidas para todas las épocas y todas las culturas, que –como por ejemplo el feudalismo–, analizadas desde una perspectiva capitalista, parecían irracionales desde el punto de vista económico.
¡Por supuesto que era racional, el feudalismo! Lo que pasa es que su racionalidad económica no era la capitalista, sino que tenía su propia lógica, regida por otras leyes que las estrictas de la oferta y la demanda. Esto, que hoy parece de cajón, sólo lo parece después de que Kula se hubiera levantado contra la ortodoxia de la Teoría Económica y hubiera formulado una teoría específica del sistema feudal.
Cada día tropezamos con atentados parecidos contra la inteligencia, que sólo se revelan como tales después de haber sido denunciados por algún historiador más exigente y riguroso. Durante mucho tiempo, los historiadores han considerado que la familia romana estaba gobernada despóticamente por el paterfamilias, bajo la autoridad omnímoda del cual se situaban todos sus miembros, la mujer, los hijos y los esclavos, asimilados en su dependencia del padre/amo; sólo tras la muerte de éste emergería la diferencia entre los hijos y los esclavos. Ahora bien, a pesar de la subordinación de los hijos a la potestas del cabeza de familia, ya podamos suponer, por puro sentido común y por mucho que los contemporaneístas nos quieran convencer de que la familia (como el mercado, el estado, la nación, como todo, en definitiva) es una creación contemporánea, que los esclavos eran tratados de manera diferente de cómo eran tratados los hijos del amo. Alguna clase de afección, por poca que fuera, debía de haber entre padres e hijos, en contra de los historiadores más ortodoxos sobre este punto, desde el momento que, junto a los términos latinos más formales de pater y mater, había otros más informales como tata y mamma, equivalentes a nuestros papá y mamá. Una obviedad, sí, pero después de que los historiadores nos hayan recordado –en contra de otros historiadores– que el mundo no empezó anteayer.


Antoni Furió

jueves, 2 de octubre de 2008

Presentación de la revista Transfer

Hoy se ha presentado en Valencia, en el Aula Magna de la Universidad, la revista Transfer, una eficaz herramienta de proyección exterior de la cultura catalana, promovida por el Institut Ramon Llull. Transfer se publica en inglés y se nutre de los artículos que previamente se han publicado en catalán en revistas catalanas, mallorquinas y valencianas. Transfer podría tener sólo una existencia académica, y repartirse por los diferentes lectorados de catalán o los departamentos de hispánicas de cualquier parte del mundo; también podría reducirse a una presencia institucional, repartida por agregadurías culturales de las embajadas y otros organismos de representación institucional en el exterior. Esto sólo ya la justificaría. Pero resulta que Transfer es también útil y eficaz desde el punto de vista editorial y de la comunicación cultural. Al traducir al inglés los artículos que ya han tenido una circulación en catalán, les da una proyección exterior más amplia y les facilita una nueva circulación en un circuito cultural más amplio, europeo en primer lugar y enseguida global. Y así, un artículo de Josep Lluís Barona, que apareció inicialmente en catalán en L’Espill, fue traducido al inglés por Transfer y colgado también en la red europea Eurozine, que reúne más de 120 revistas en los más diversos idiomas del continente, desde Gran Bretaña a Turquía y de los países escandinavos a los mediterráneos. Y gracias a la traducción inglesa, el artículo de Barona ha podido ser leído e interesar a una revista china, que lo ha publicado en chino. El artículo de Barona, escrito y publicado en catalán, puede ser leído ahora en chino por lectores chinos, a través de la intermediación del inglés.
Tres revistas de la Universitat de València participan en el proyecto Transfer: Mètode, Caràcters y L’Espill. Una revista de divulgación científica, de alta divulgación científica, Mètode, que se publica trimestralmente con el objetivo de contribuir a la difusión del conocimiento científico y que se ha ganado un lugar y un prestigio bien merecidos más allá del ámbito estrictamente académico. Una revista de libros, una de las pocas revistas de libros que existen a nuestro ámbito cultural y lingüístico, Caràcters, crítica, rigurosa en sus juicios, independiente, moderna en su diseño y su concepción. Y una revista de pensamiento y cultura, L’Espill, que quiere continuar los presupuestos, actualizados a los nuevos tiempos, con que la fundó hace treinta años Joan Fuster, presupuestos que se apartan de un reflejo esencialista, de una continua y angustiada interrogación sobre el sí mismo de nuestra cultura y nuestra identidad, para reflexionar sobre los grandes problemas de nuestra época en un mundo cada vez más globalizado, más interconectado.
Tres revistas universitarias, en tanto que las publica la Universitat de València, pero que están lejos de limitarse a lo que entendemos habitualmente por cultura universitaria. Y esto se debe a dos factores: a lo mucho que ha cambiado, que está cambiando cada día, la función de la Universidad en nuestro tiempo, que ya no se circunscribe sólo a la docencia y a la investigación, los dos grandes pilares de la Universidad del siglo XX, sino que añade un tercer ingrediente cada vez más fundamental, como es el cultural y social, cívico, el de la intervención en los grandes debates públicos que interesan a nuestra sociedad, desde la organización del territorio y el urbanismo a la defensa y conservación del patrimonio o el crecimiento sostenible, y que en nuestro caso particular, añade además la defensa y conservación del patrimonio lingüístico, el uso normal y la dignificación de la lengua propia. A este protagonismo que la Universidad quiere tener en la vida ciudadana, en la vida social, a la cual puede aportar una importante masa crítica, se añade el papel sustitutorio que la Universitat de València ha debido jugar en este y en tantos otros aspectos de la vida cultural e institucional de nuestro país, llenando vacíos y déficits sustanciales en varias materias, desde el ámbito editorial, por ejemplo en el campo del ensayo y el pensamiento, siempre tan precarios, al representativo e institucional, mucho más delicado, como por ejemplo cuando tiene que asumir la representación valenciana en iniciativas o acontecimientos que afectan al conjunto de nuestra lengua, como la pasada edición de la Feria de Frankfurt, donde la cultura catalana fue la invitada de honor.
Este papel sustitutorio lo debe jugar una vez más, y con mucho gusto, en la colaboración con el Institut Ramon Llull del cual forman parte los gobiernos de Cataluña y las Islas Baleares (y a través de la Fundació Ramon Llull, también el gobierno de Andorra y, pronto, el Consell General dels Pirineus y la ciudad del Alguer), y al cual esperamos que algún día se añadan también las autoridades y las instituciones valencianas. Mientras tanto, la Universitat de València colabora en las distintas iniciativas del Ramon Llull y, en particular, en esta apasionante –y eficaz!– aventura editorial que es la revista Transfer, que se nutre de los artículos publicados previamente en varias revistas culturales de los Países Catalanes, entre ellas las tres ya citadas publicadas por la Universitat de València, pero que cuenta también con una destacada participación valenciana en su confección, desde el consejo de redacción, del cual forman parte Gustau Muñoz, Vicent Olmos, Neus Campillo y Martí Domínguez, a la edición e impresión, que se hace en Valencia, con la inestimable colaboración de la diseñadora gráfica Montse Mas y del director, Josep Lluís Martín. La revista, dirigida por Carles Torner, tiene una doble sede, en Barcelona y en Valencia, y es en Valencia, y concretamente en Publicacions de la Universitat de València, donde se lleva a término el proceso editorial, donde se coordina editorialmente la revista.
La aportación valenciana, y en particular la de la Universitat de València, a la revista Transfer es, pues, notable. En recursos técnicos y humanos, pero sobre todo en la voluntad de contribuir a un proyecto importante, necesario, en un mundo –como decía antes– cada vez más globalizado y que tiene en el inglés su lengua franca, a un proyecto en el cual creemos y con el cual nos sentimos fuertemente comprometidos.

Antoni Furió

jueves, 25 de septiembre de 2008

Sony anuncia el lanzamiento de Reader

Si hace unos meses Amazon anunciaba su lector de libros electrónicos
Kindle, Sony no tardará en responder con su propio lector. El aparato, denominado Reader, ha empezado a ser comercializado en Francia, lo cual quiere decir que no tardaremos tampoco a tenerlo entre nosotros.
Pesa sólo 260 g, puede almacenar hasta 160 obras y dispone de una autonomía de lectura de 6.800 páginas. La pantalla, que utiliza la tecnología de tinta electrónica, es en blanco y negro. Para su lanzamiento, Sony ha llegado a un acuerdo con dos socios: los almacenes FNAC, que venderán el aparato a 299 euros a partir del próximo 23 de octubre, y el grupo editorial Hachette, que asegura un primer catálogo de 2.000 títulos del grupo (Grasset, Fayard…) o de editoriales asociadas (Albin Michel, Anne Carrière…). Los libros se podrán descargar en el portal fnac.com y su precio será de un 10 % a un 15 % más barato que el ejemplar en papel. (Información extraída de Le Monde des Livres.)

viernes, 25 de julio de 2008

TREBLINKA O EL HOLOCAUSTO ANTES DE AUSCHWITZ

Cuando en octubre de 1944, aparecía en las páginas de Estrella Roja (Krasnaia Zvezda), la revista del Ejército Rojo, el artículo de Vasili Grossman “El infierno de Treblinka”, aún faltaban unos llargos meses para que el campo de exterminio de Auschwitz fuese liberado también por las tropas soviéticas. La narración de Grossman, escritor y periodista ruso de origen judío, ahora traducida al catalán en la última edición de L’Espill, fue así el primer testimonio de lo que se denominaría “literatura del Holocausto”. Basado en las experiencias de un puñado de supervivientes y en las declaraciones de los campesinos polacos de los alrededores, este documento literalmente estremecedor, a pesar de algunas inexactitudes, reconstruía el funcionamiento de esta verdadera “fábrica de muerte” que era Treblinka, una pieza clave –junto con Sobibor y Belzec– de la denominada Operación Reinhardt, planificada por las SS para acabar con la mayor parte de la población judía de la Europa oriental. Cuando el campo fue desmantelado por los nazis, un año antes de la llegada del Ejército Rojo, había cumplido sus siniestros objetivos: se estima que unas 750.000 personas, en su inmensa mayoría judíos, habían sido asesinadas y quemadas en un año de funcionamiento. Y los nazis aún tuvieron un año más para destruir todas las pruebas: en el momento que Grossman llegó como corresponsal oficial, del camp no quedaba nada. Era un inmenso, desolado e inverosímil terreno de cultivo en medio del bosque. Quizá por ello, a pesar de ser el primero de los grandes centros de exterminio conocido, no se convirtió en el lugar de memoria del Holocausto, que pasaría a simbolizarse en Auschwitz. Ciertamente, Auschwitz era un enorme complejo, con numerosos centros secundarios, y donde fue exterminado un número muy superior de personas, prácticamente todas judías, que se ha calculado en més de un millón de víctimas. Ahora bien, quizá Treblinka representaba de manera mucho más conseguida la consigna de Nach und Nebel (“Nit i boira”), la voluntad de exterminar y de hacer desaparecer cualquier rastro de la población judía de Europa, incluso eliminando el menor vestigio de la matanza: como si nunca hubiese existido. Treblinka –en concreto el campo número II– era estrictamente un lugar planificado para matar y eliminar cadáveres, a un ritmo seguramente más frenético que en Auschwitz, un campo éste que estuvo en activo durante cinco años y que comprendía, además de los lugares de exterminio inmediato, fábricas y otros centros destinados al trabajo en condiciones de esclavitud. Probablemente, la magnitud global de las cifras de Auschwitz, quizá la existencia de más supervivientes capaces de relatar la su experiencia y la conservación de parte de las instalacionrs –incluyendo las cámaras de gas– ha favorecido que, finalmente, haya desplazado a Treblinka como lugar de memoria. Pero al leer el texto de Grossman, aquel espacio desolado en medio de unos bosques tristes, un terreno vacío donde actualmente sólo se pueden ver unos austeros monumentos conmemorativos –unas traviesas de madera que recuerdan la vía del tren y unas rocas esparcidas por el suelo, simbolizando las poblacions de origen de las víctimas–, alcanza una fuerza evocadora que quizá no tenga Auschwitz. Ante el peligro de un cierto turismo banalizador que amenaza a Auschwitz, con visitantes tomando fotografías de las cámaras de gas con los móviles y donde incluso puede pasar –como decía Imre Kertész— que te roben la cartera, el vacío, la nada de Treblinka me parece más evocador de aquella tragedia, de aquel crimen lamentablemente logrado. Porque tal com decía Grossman al final de su artículo: “No olvidemos que de esta guerra los fascistas guardarán no solamente la amargura de la derrota, sino también el voluptuoso recuerdo de los asesinatos en masa fácilmente efectuados. Es esto lo que tienen que recordar, ásperamente y día tras día, quienes aprecien el homor, la libertad y la vida de todos los pueblos, de toda la humanidad”. Y en este sentido, el propio artículo de Grossman, se convierte también en un lugar de memoria, más aún: en una denuncia llena de actualidad del racismo y del fascismo que todavía se incuba en unas sociedades demasiado satisfechas con la conmemoración ritual del pasado.

Pau Viciano

jueves, 24 de julio de 2008

LA OBSESIÓN DE ESCRIBIR, LA OBSESIÓN DE EDITAR

Es muy conocida la observación según la cual los colaboradores habituales de prensa, obligados a escribir a plazo fijo y a cumplir los compromisos que han contraído, acaban viendo el mundo en forma de artículo de diario. La búsqueda de temas, el planteamiento de cuestiones, la percepción de la realidad misma se transforman: la obsesión de redondear una pieza bien hecha, seductora, ingeniosa, escrita con las dosis apropiadas de referencias explícitas o implícitas, de ideas más o menos originales, intencionada, todo acaba imponiendo su ley. La escritura en estas condiciones (y también en otras condiciones no tan sujetas al plazo más inmediato, pero a menudo igualmente tiránicas o más todavía) se convierte en una obsesión. Salvando las distancias, el oficio de editar también tiene un punto de obsesión, porque comparte algunos elementos esenciales, como la elaboración de propuestas interesantes y seductoras, bien presentadas, intencionadas, con un contenido de ideas considerable. Siempre subyace la intención de intervenir, de alguna manera, en el debate intelectual o estético del momento que nos ha tocado vivir. La edición, al fin y al cabo, también tiene una dimensión creativa. Y por eso tiene un lado obsesivo, con efectos a veces productivos y estimulantes. La aparición final del producto impreso produce un alivio considerable, con un componente de satisfacción que se parece también bastante al placer que experimenta el autor cuando toca finalmente el libro recién llegado de la imprenta. Esta mezcla de sensaciones se presenta de una manera especial cuando hablamos de esta variante de las publicaciones que son las revistas. Tienen la peculiaridad de que el tiempo, la periodicidad, la puntualidad, son rasgos insoslayables que imponen duramente su ley, y que la intención y la voluntad de intervención en los debates intelectuales, estéticos, y al fin y al cabo políticos, es todavía más patente. Claro está que hablamos de un tipo especial de revistas, las de cultura y pensamiento.
Hace poco la aparición casi simultánea de Caràcters 44, L’Espill 28 y Transfer 3 me ha sugerido este tipo de reflexiones. Una aportación para construir este país de revistas que, como dice el lema de la exposición organizada por la APPEC para conmemorar su 25º aniversario, parece que somos. Pero acto seguido la realidad, con la carga brutal de su peso indefectible, ha cortado en seco cualquier tentación de satisfacción. Estos días, la evocación del término "País", no sé exactamente por qué, me provoca enseguida reflexiones que oscilan entre la melancolía y la indignación. Y con respecto al panorama de revistas, sólo apuntaré que bien puede ser compacto y brillante, sí, pero sufre demasiado la anormalidad de una cultura con problemas serios para conectar con su sociedad. Algunos, en vez de pensar en resolver estos problemas, todavía quieren añadir nuevos, siguiendo los caminos tan conocidos que nos han llevado a ser "referentes en Europa" y "líderes mundiales". Mirándolo bien, ahora no sabría decir en qué materias.
Gustau Muñoz

miércoles, 16 de julio de 2008

LA ATRACCIÓN POR LA INOCENCIA

Hoy ha venido a verme Josepa Cucó. Quería proponerme la publicación de la tesis de un discípulo suyo, Miquel Àngel Ruiz Torres, que leyó el año pasado en la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México. La tesis, presentada con el título de La atracción por la inocencia. Sociabilidad e imaginario erótico en las comunidades virtuales hispa­nohablantes orientadas a la pedofilia, aborda un tema delicado como es la pedofilia en Internet. Los medios de comunicación dan noticia cada vez con más frecuencia, de la desarticulación por parte de la policía de redes pedófilas, la detención de sus responsables y el registro de los ordenadores de algunos de los consumidores. De lo que se va sabiendo de estas operaciones, se pueden hacer ya dos constataciones importantes. Una es el enorme incremento del consumo de material pornográfico que ha propiciado Internet, gracias, particularmente, a la accesibilidad (al material) y al anonimato (del consumidor: solo, en casa, ante de la pantalla) que proporciona la red; un incremento que se ha producido en todas las variedades de la pornografía –hasta llegar a una verdadera especialización– y, singularmente, en la infantil. La otra es la gran heterogeneidad de los consumidores, entre los que hay gente de toda clase, sin que sea posible establecer ningún patrón común: hay jóvenes y viejos, incluso adolescentes, analfabetos y profesores universitarios, obreros, ejecutivos, curas y militares. Es cierto que se trata de uno de los delitos que más rechazo social genera y que en muchos lugares se ha llegado a producir una verdadera caza del pederasta en el vecindario. Parece como si la cuestión no se pudiera tratar –y lo digo por cómo se trata habitualmente– más que desde la histeria, el escándalo o el morbo. Y, sin embargo, las cosas no son tan simples. La pedofilia era corriente –y aceptada socialmente– en la Grecia clásica, y difícilmente nos escandalizaríamos hoy por las fotografías de niñas desnudas que hizo Lewis Carroll en plena época victoriana, o por la novela Muerte en Venecia de Thomas Mann, la película que sobre el libro hizo Luchino Visconti y la ópera también homónima que ya antes había compuesto Benjamín Britten, que fueron acusadas en su momento de justificación de la pedofilia. Como también, en otro registro, la Lolita de Nabokov, justamente celebrada como una de las grandes novelas del siglo XX. De todas formas, no nos engañemos: la pedofilia es un delito, uno de los más repugnantes y que más pánico moral causa, y el pedófilo, un abusador sexual, que a menudo ha sido, él mismo, víctima de abusos. La pedofilia es también un gran negocio, que genera muchos ingresos a quienes mercadean con ella y que obliga a abusar de menores para complacer a quienes están dispuestos a pagar por verlo; un negocio lucrativo y en expansión que perpetúa y extiende cada vez más los abusos y el número de abusados, para satisfacer una demanda creciente que Internet ha hecho global. Consumir pornografía infantil por la red, deleitarse con fotografías de niños desnudos o abusados en la pantalla del ordenador, no es una actividad inocente, sino que contribuye a alimentar el negocio y a hacer que continúen los abusos. El tema, en cualquier caso, es complejo, violento, difícil de tratar incluso en un blog, y necesita de un libro como éste. Un libro solvente, académico, de investigación y reflexión, que huye de la histeria y el morbo –y por eso no se venderá a miles en las grandes librerías–, pero que harían bien en leer juristas, jueces, abogados, médicos, periodistas, policías y guardias civiles, que han de tratar cada día con la materia, y también todos los que quieran entender mejor un tema que levanta tantas pasiones y tanta alarma social. Es también una de las funciones que tiene y justifican una editorial universitaria.
Antoni Furió

TRADUCIR HERÓDOTO

El País abre hoy la primera página con un titular obsceno: “Cataluña segregará a los niños africanos fuera de la red escolar”. Y es obsceno no por el contenido de la noticia, que después resulta otra cosa totalmente diferente a lo que se quiere dar a entender, sino por la terminología que se usa en el encabezamiento y en el cuerpo del texto, que pretende asociar una decisión política de la Generalitat con la discriminación racial sufrida por los negros en los Estados Unidos y en Sudáfrica, y, sobre todo por haberla traído a la primera página, dándole una magnitud y un sesgo que no tiene la noticia en sí misma. Es bien conocido el anticatalanismo del diario madrileño, pero parece que hoy se ha excedido. Gustau Muñoz, siempre tan perspicaz, me dice que quizás El País está preparando el clima propicio para la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, presumiblemente contraria a los intereses catalanes. Si fuera así, y todo hace pensar que lo será, el Tribunal Constitucional habrá desautorizado una ley aprobada no sólo por el Parlamento catalán y las Cortes españolas, sino también por la mayoría de los catalanes que la votaron en referéndum. La soberanía popular habrá quedado, una vez más, en entredicho.
Hace tiempo que sólo compro El País los sábados. Lo hago para comprobar que ha salido –y dónde, en qué página– el anuncio que publicamos cada semana en Babelia. Estoy suscrito a la edición digital del diario, pero normalmente no paso de los titulares, de algún artículo de opinión y de la programación televisiva. Como suplemento literario, es muy flojo, inferior al del ABC y al de La Vanguardia, pero es el periódico de mayor tirada y te tienes que anunciar. Pero es cierto que es malo: no sólo ha ido acortando el espacio dedicado a los libros, sino que se reseñan sobre todo los libros publicados por los sellos editoriales del propio grupo de comunicación, en un hábil pero indecoroso ejercicio de sinergia empresarial.
Trato de compensar las carencias dedicando el sábado a leer otros suplementos: Le Monde des Livres, que aparece la tarde del jueves, el Times Literary Suplement y PRL, una revista bimestral publicada en Nueva York y destinada a los lectores latinoamericanos (las iniciales significan Primera Revista Latinoamericana), que no sé por qué –pero lo agradezco– me envían puntualmente al despacho de PUV. Le Monde ha bajado mucho, incluso en número de páginas, pero tiene todavía el atractivo de que te abstrae de la asfixiante atmósfera de la “cultureta” española, invariablemente obsesionada con el catalán y el catalanismo, te informa de las novedades literarias en francés y, sobre todo, te obsequia con espléndidos dosieres sobre culturas y literaturas de cualquier parte del mundo. Ni Francia ni la cultura francesa son ya lo que eran, pero su voluntad de universalismo se mantiene intacta. Ni que decir tiene que, en el campo del ensayo, la historia y las ciencias humanas y sociales, el suplemento de Le Monde es una de nuestras principales fuentes de información, un vivero de (buenas) sugerencias para cualquier editor.
PRL es una buena revista de libros para el público latinoamericano, hecha, como he dicho, desde Nueva York. Sus colaboradores son críticos, escritores y profesores de universidades latinoamericanas y norteamericanas, que escriben sobre libros publicados en castellano y en inglés. Los temas abordados en el último número van desde la caracterización del peronismo y la crítica de la última novela de Vargas Llosa a las crónicas de periodistas latinoamericanos de visita por la Unión Soviética, la China de Mao y la Cuba de Fidel, o la indecisa y cambiante identidad de los portorriqueños, que se debaten entre la actual situación de estado libre asociado a los Estados Unidos y la anexión total, como estado 51 de la Unión, pero que ya no contemplan la independencia.
PRL es, como digo, una buena revista, con artículos excelentes sobre la cultura latinoamericana o hispánica, más allá de las estrecheces que apremian a los suplementos literarios españoles –¿nos sorprenderemos de que la mirada que da Babelia de vez en cuando a la literatura latinoamericana se limite a los autores de la casa, a los autores de Alfaguara y otras editoriales del grupo, o a los fastos que acompañan los congresos internacionales de la lengua española?, una mirada, por lo tanto, con orejeras–, que vale la pena seguir para estar informado. Como la mayoría de las revistas de libros de cualquier parte del mundo, PRL se interesa sobre todo por lo que le es propio: la cultura y la literatura latinoamericanas. Del mismo modo que las revistas catalanas, españolas, italianas o alemanas se ocupan preferentemente de las respectivas culturas y literaturas.
Las revistas británicas y norteamericanas son otra cosa. También informan, claro está, de la cultura y la literatura anglófonas, pero su alcance y sus preocupaciones son más universales. Tanto porque el interés de sus lectores se extiende sobre lo que pasa y se hace en todo el mundo –herencia de un pasado imperial reciente, si no todavía vigente–, como sobre todo porque todo (o casi todo) lo que pasa y se hace en el mundo se dice en inglés. De lo contrario, su alcance no dejaría de ser muy circunscrito. Todo lo que se quiere que tenga una proyección universal –desde la creación literaria a la producción científica– se traduce al inglés, verdadera lengua franca de nuestra contemporaneidad. De manera inversa, todo lo que se dice y se escribe en inglés llega a todas partes. El inglés, lengua compartida, es ya nuestra lengua de comunicación cultural, por encima de las insuficiencias de nuestras lenguas propias –insuficiencias no en cuanto que lenguas sino en cuanto que vehículos culturales. En ninguna otra lengua, en efecto, encontraremos, por no salir del campo de la erudición clásica, ediciones críticas y actualizadas de todo el legado cultural grecolatino. Es cierto que los alemanes han hecho una buena tarea, y que en catalán contamos con esa obra magna que es la colección Bernat Metge. Pero a pesar de su excelencia, de la que nos podemos enorgullecer, la Bernat Metge no llega ni a los cuatrocientos títulos, cuando las obras griegas y latinas que han llegado hasta nosotros se cuentan por millares y, naturalmente, sólo nos son accesibles, la mayoría, en ediciones inglesas o traducidas al inglés. Y esto mismo lo podríamos hacer extensible a las antiguas culturas egipcias, mesopotámicas, chinas e hindúes (siempre en plural, porque hablamos de sucesivos estratos culturales, desde los días remotos de Ur), de las cuales no hay mucho publicado (jeroglíficos, textos cuneiformes, caligráficos o védicos) en otras lenguas que no sean el inglés.
Uno de los artículos de The Times Literary Suplement que estoy leyendo está dedicado a "Las edades de Heródoto”. Heródoto, el historiador, geógrafo y antropólogo griego del siglo V a.C. que ha sido tradicionalmente considerado el padre de la historia (y de la geografía y la antropología), hizo ganar mucho dinero el año pasado a las majors de Hollywood con la película 300 basada en su relato de la guerra de las Termópilas. La película ha sido justamente atacada por la crítica, por la extrema violencia y por el maniqueísmo sectario, no exento de un cierto racismo –-contra los persas, antecesores de los iraníes actuales-–, que destila, del mismo modo que Heródoto ya se labró una mala reputación entre sus contemporáneos por crédulo y fantasioso. Una mala reputación alimentada entre otros por su sucesor Tucídides, que se pretendía más serio y le disputaba el título de "padre de la historia". La autora del artículo, Edith Hall, lo ve también como una especie de padre fundador del Orientalismo, en el sentido que Edward Said daba al término, de fantasías imperialistas occidentales.
Heródoto ha tenido muchas y variadas reputaciones a lo largo de los siglos. Se le ha condenado y se le ha rehabilitado sucesivamente. Se ha recomendado su lectura en las escuelas victorianas de chicos y chicas, se le ha reivindicado como padre del cuento corto y se le ha considerado nuestra mejor fuente del mundo arcaico griego. La reivindicación empezó ya en el siglo XVI, con la Apologia pro Herodoto de Stephanus, que comparaba las descripciones etnográficas de los bárbaros del autor griego con los informes que empezaban a llegar sobre los salvajes del Nuevo Mundo. La primera traducción al inglés de las Historias de Heródoto data de 1584 y, desde entonces, no han dejado de hacerse sucesivas ediciones. En el siglo XVIII, el XIX y, sobre todo el XX. Cada época ha tenido “su” Heródoto. También la nuestra. El artículo analiza las últimas ediciones que se han publicado, por Oxford University Press y Cambridge University Press, de manera simultánea e independiente, así como las aportaciones más recientes al conocimiento y la interpretación de las Historias de Heródoto.
Es cierto que Inglaterra cuenta con una larga y sólida tradición de estudios clásicos. Que el griego y el latín formaban parte del currículum académico de las élites británicas y que muchos estudiantes eran capaces de leer directamente, sin necesidad de traducción, a los autores antiguos, que les eran tanto o más familiares que los escritores anglosajones. Pero también lo es que el mundo anglófono, lo que no tiene, y es bueno, lo traduce. Como las notables contribuciones al estudio de Heródoto de Arnaldo Momigliano y David Asheri. Heródoto, nacido en Halicarnaso, en la costa jónica de Asia, pasó la última parte de su vida en el sur de Italia. Momigliano y Asheri, dos judíos italianos, fueron perseguidos por el fascismo y tuvieron que huir de Italia, uno a Inglaterra y el otro a la entonces Palestina británica. Momigliano, profesor en las Universidades de Oxford y Londres, ya era bastante conocido. De Asheri se acaban de traducir ahora al inglés sus comentarios a los cuatro primeros libros de las Historias de Heródoto. Un volumen de 722 páginas, publicado por Oxford University Press, que cuesta 165 libras (bastante más de 200 euros).
Naturalmente, no se pueden dejar de contestar las continuas provocaciones. No se puede dejar de hablar del Manifiesto por una lengua común, de la desnaturalización del Estatut o de la línea editorial de El País. Pero tampoco podemos dejar que nos marquen la agenda, que tengamos que hablar siempre en contra, de lo que ellos quieren y cuando ellos quieren. Deberíamos hablar también de Heródoto, de sus traducciones, de sus métodos y su estilo, un tema apasionante y de alta cultura, propio del país normal, de la cultura normal, que queremos ser. No hay todavía ninguna edición completa en catalán de los nueve libros de las Historias. Manuel Balasch tradujo los dos primeros para la Bernat Metge, y Joaquim Gestí los dos siguientes, pero todavía faltan cinco. Rubén J. Montañés ha traducido seis libros –-en dos volúmenes-- para la colección juvenil L’Esparver clàssic, de La Magrana. Pero nos falta todavía una edición crítica de referencia. ¿Quizás PUV?

Antoni Furió