jueves, 2 de julio de 2009

CIUDADES EN FERIA. FRANKFURT

Hay ciudades con nombre de libro. Frankfurt, Guadalajara, Bolonia son nombres que suenan indefectiblemente a libros; no en vano las dos primeras albergan las dos ferias del ramo más importantes del mundo y la tercera es la feria de referencia en materia de literatura infantil y juvenil. Pero hay muchas más: la Buchmesse de Leipzig, el Salon du Livre de París, la London Book Fair, la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la Book Expo of America –que durante cuatro años seguidos se celebraró en Nueva York, aunque en anteriores ediciones ha sido itinerante también por Chicago, Washington y Los Angeles–, el encuentro anual de la American Library Association, la Feria Internacional del Libro de Bogotá, la de Tokio, la Bienal do Livro de Rio de Janeiro, la de Pekín, la de Goteborg y, naturalmente, el Liber, que alterna su sede entre Barcelona y Madrid. Hay tantas ferias en el calendario que uno podría pasarse todo el año viajando de un lugar a otro del planeta, enlazando una convocatoria tras otra. La página web de la Federación de Gremios de Editores de España recoge casi un centenar de ferias internacionales, aunque sólo participa directamente en una docena de ellas. Las más importantes o aquellas otras en las que España es país invitado de honor, como ocurre este año en Goteborg y Pekín.

A la que no se suele fallar nunca es a la de Frankfurt, la verdadera meca del libro a la que acuden cada año en peregrinación miles de editores de todo el mundo. Las estadísticas son literalmente fabulosas, estratosféricas (el año pasado congregó a más de 7.300 expositores de más de cien países, atrajo a unos 300.000 visitantes, fue cubierta por unos 10.000 periodistas, se expusieron más de 400.000 libros y se celebraron, en los cinco días que duró, 2.900 actos), y cada uno de sus ochos pabellones es mayor, él solo, que la mayor de las restantes ferias internacionales. A Frankfurt hay que ir por lo menos una vez en la vida, si uno se dedica a estos menesteres del libro y la lectura, pero mejor, si es posible, todos los años. Porque es aquí donde realmente se oye latir al corazón de la industria del libro, donde uno penetra en todos los entresijos del negocio editorial, desde la producción a la distribución, la comercialización y la venta de derechos. Aquí se encuentra uno con grandes autores, con escritores conocidos y traducidos a las más diversas lenguas, laureados con el Nobel de literatura o cuyo nombre suena de vez en cuando para tan preciado galardón, que se falla precisamente coincidiendo con la feria; con editores de relumbrón cuyos catálogos contienen lo mejor de la literatura universal; con los grandes grupos de comunicación y entretenimiento que han ido deglutiendo a las editoriales de referencia de toda la vida; con las editoriales científicas, técnicas y académicas, de seriedad germánica u holandesa o de carácter más vistoso e informal como las university presses anglosajonas; con los scouts y agentes literarios en funciones de oteadores de best sellers y tratantes de derechos; con magos de las nuevas tecnologías aplicadas a la edición, con el libro electrónico y el e-reader como última atracción de feria (y nunca mejor dicho); con impresores laser, digitales y bajo demanda, desde cualquier punto del planeta; con proveedores de servicios capaces de componer, maquetar y corregir un texto en cualquier idioma desde una empresa situada en la India o en China a precios imbatibles que conjugan el bajo coste de la mano de obra con la diferencia horaria; con distribuidores y revendedores de libros saldados; con libreros grandes y pequeños y bibliotecarios de bibliotecas públicas y privadas, municipales y universitarias, muy mimados por la industria, porque siguen siendo los grandes mediadores entre el libro y el lector. En fin, una feria populosa y variopinta que reúne durante unos cuantos días al año, generalmente en la segunda semana de octubre, a los principales protagonistas del mundo del libro, a los productores y mercaderes de una mercancía excepcional, la cultura escrita, de la que se han nutrido y se nutren las ideas, el pensamiento y la imaginación de la humanidad.

A Frankfurt se viene a trabajar, y uno se podría pasar los cinco días de feria sin salir del recinto nada más que para pernoctar en uno de los muchos y carísimos hoteles con que cuenta la ciudad. Me consta que durante el resto del año los precios suelen ser más asequibles, pero la demanda concentrada en estos tres o cuatro días de feria permite triplicar y hasta cuadruplicar las tarifas habituales, para satisfacción del gremio local de hostelería. Conviene pues no dejar la reserva de habitación para última hora, cuando ya sólo se puede encontrar un camarote en alguno de los barcos-hotel atracados en el río Meno, al lado mismo del centro histórico, o buscar alojamiento en algún pequeño pueblo de los alrededores, muy bien comunicados todos con la feria por transporte público (ferrocarril, metro y tranvía), que por otra parte es gratuito para todos los feriantes. La verdad es que el Ayuntamiento se vuelca con la Buchmesse (“feria del libro” en alemán), uno de los principales signos identitarios de la ciudad, a pesar de los rumores que corren sobre un eventual traslado a Berlín, la nueva capital alemana, y cabe suponer que también una importante fuente de ingresos económicos, directos e indirectos.

Pero no se puede venir a Frankfurt sólo a trabajar. No se puede venir a Frankfurt y pasarse todo el día en la feria y continuar trabajando luego en la habitación del hotel, escudriñando catálogos ajenos, hojeando manuscritos prometedores o ideando estrategias para la mañana siguiente, o mercadeando títulos, autores y chismorreos en compañía de colegas de otros países con los que se ha anudado una complicidad de décadas. Es así como han hecho su fortuna algunos editores famosos y de prestigio, que lo único que han hecho ha sido tener los oídos atentos en estas reuniones festivas e informales en el lobby o el bar del hotel, y contratar los derechos de obras de eficacia ya probada en otros países. Otros le ponen más literatura al asunto y alimentan la leyenda de editores exquisitos y de ojo avizor. Lo cierto es que la vida nocturna en Frankfurt es casi tan importante como la diurna, y en las fiestas privadas que organizan las grandes editoriales –son memorables las de Surkhamp– se sigue trabajando con una copa en la mano, un canapé en la otra, buena música y, sobre todo, buena compañía. Algunas fiestas son tan liberales que permiten la entrada incluso a los editores universitarios españoles, una fauna todavía demasiado rara por estos lares.

Pero Frankfurt es mucho más que la feria del libro. Y eso es lo que el visitante debe descubrir escapándose unas horas del recinto ferial o llegando un par de días antes. Frankfurt es la capital financiera de la Unión Europea, sede del Banco Central Europeo, de la Bolsa alemana y de cerca de 400 bancos, incluido el Banco Federal de Alemania; dispone del mayor aeropuerto de carga del mundo y el segundo más grande de Europa, tras el de Heathrow, en Londres; y también su estación de ferrocarril y su red de metro son de las mayores del continente. Todo en Frankfurt es superlativo. Excepto los monumentos históricos y el propio tejido urbano, que fueron arrasados por los bombardeos aéreos aliados al final de la Segunda Guerra Mundial, como ocurrió también con Dresde, Berlín, Hamburgo y muchas otras capitales alemanas. De la antigua y pintoresca ciudad medieval apenas quedan unos cuantos edificios, práctica­mente reconstruidos desde los cimientos, como el propio ayuntamiento y alguna que otra vivienda en torno a la catedral. Todo en Frankfurt es pues moderno, reciente, levantado en las décadas posteriores a la guerra, fruto del esfuerzo y la voluntad de sus habitantes –naturales e inmigrantes, que constituyen una importante parte del censo– y de su confianza en el futuro.

Frankfurt es también, o quizá habría que decir ante todo, la ciudad de Goethe. Su casa natal merece la visita, como también la Paulskirche, donde se reunió en 1848 el primer parlamento alemán, en un país poco dado hasta entonces a las libertades parlamentarias, y por supuesto los numerosos museos que se suceden a una y otra orilla del río, entre ellos el Städel, con una colección de pintura que arranca desde el siglo XIV, el de Cine, el de Arquitectura, el de Artes Decorativas y, más céntrico, el Museo de Arte Moderno. Uno puede también subirse a cualquiera de las altas torres que dominan la ciudad y que ofrecen vistas espléndidas (la Maintower, la del Commerzbank o la Messe Turm, la torre de la propia feria); visitar la Biblioteca Nacional, la más importante de Alemania, con más de 8 millones de obras; o curiosear por las numerosas y bien surtidas librerías que asoman por muchas de las concurridas calles de la ciudad. Y es que hablando de Frankfurt, al final resulta inevitable acabar hablando de libros.

Antoni Furió