Casi todos los años suele haber en nuestro país algún autor famoso o famosillo que se descuelga con un exabrupto contra la Feria de Frankfurt. Que es desmesurada, fría, impersonal y se parece más a un zoco de mercaderes que a un verdadero encuentro de la cultura. Que a él le va más la Feria de Madrid, mucho más cálida y humana y donde puede tener un contacto más directo con sus lectores, hablar con ellos, firmar libros y extasiarse con la contemplación de la cola de los que esperan acercarse a él. Es verdad, en la Feria de Madrid venderá decenas e incluso centenares de ejemplares de sus obras; de la Feria de Frankfurt, en cambio, depende que le lean miles o millones de lectores de diferentes países. Es posible, por otra parte, que en contraste con el entusiasmo que levanta a su paso por la de Madrid, en la de Frankfurt ni siquiera le reconozcan ni le traten como cree que merece. De ahí su inquina contra los mercaderes (que, en este caso y al contrario que los del Nuevo Testamento, no comercian a las puertas del templo, fuera de él, sino en lo más sagrado de su interior). Puedo asegurarle en todo caso que Orhan Pamuk, el escritor turco que ha inaugurado la edición de la feria de este año, levanta auténticas pasiones entre los asistentes, como también los grandes autores conocidos –y reconocidos– por el público internacional. Con Pamuk han venido más de 300 escritores y 800 traductores, intérpretes, artistas, músicos, ilustradores, agentes literarios, impresores, editores, libreros, bibliotecarios y otras gentes relacionadas con el mundo de la cultura, procedentes de Turquía, el país que ha tomado este año el relevo de la cultura catalana como invitado de honor de la feria. Es, desde luego, una oportunidad única para “vender” un país, una cultura. El año pasado, la cultura catalana consiguió que se tradujeran cincuenta títulos a diversas lenguas (cifra que se ha mantenido este año, lo que confirma que la presencia en la Feria no se reduce a una pura operación mediática y que, si las cosas se hacen bien, los resultados pueden ser sostenidos y duraderos). Turquía puede aspirar a más; por lo pronto cuenta ya con un premio Nobel, el citado Orhan Pamuk, un gran escritor y un intelectual comprometido con la libertad de la cultura y el pensamiento en su país, que no tuvo empacho en criticar ante el mismo presidente de Turquía, en la ceremonia inaugural, la censura que todavía sufren los libros en el país.
Naturalmente, todos los años hay polémica. El año pasado fue la ausencia de escritores en castellano en la delegación de la cultura catalana. Una imbecilidad –no la ausencia, sino la polémica– creada artificialmente desde la prensa madrileña. En Cataluña puede haber dos lenguas –o más, si incluimos las de los inmigrantes mayoritarios–, pero la cultura catalana, que era la invitada de honor, se expresa en catalán; en el Líbano y en Argelia hay escritores que escriben en árabe y otros que escriben en francés, pero si la invitada es la cultura árabe, la lengua representada es la árabe, y no hay más caso. Este año la polémica es sobre el trato que Turquía dispensa a los kurdos, que no es de recibo, pero que no empaña el valor e interés de la literatura turca, de la cultura turca en general.
La Feria de Frankfurt es, pues, un gran evento cultural. Pero, es verdad, es también o sobre todo un lugar para hacer negocios, para mercadear, para intentar ganar dinero con una mercancía tan peculiar como el libro, que ni siquiera –como ahora ya sabemos– es un objeto físico, sino un contenido que se puede ofrecer, comprar y leer en diferentes soportes, desde el papel al CD, la pantalla del ordenador conectada a Internet o el lector con tinta electrónica que ya comercializan Amazon y Sony. Ayer ya se profetizaba por aquí que en diez años el libro digital habrá sustituido al impreso en papel. Puede que eso sea verdad en algunos ámbitos, como las grandes obras de referencia, enciclopedias y diccionarios, en los materiales didácticos (necesariamente multimedia) y en las revistas de investigación, pero todavía quedarán sectores, como la creación literaria o las revistas culturales, donde la “migración” al nuevo soporte será mucho más lenta.
La Feria de Frankfurt, al contrario que la de Madrid, no es una feria abierta al gran público (sólo el último día). Es una feria de profesionales. De profesionales del libro, que son además grandes lectores, los primeros en gozar de su propio trabajo. Porque les puedo asegurar que suelen ser tipos inteligentes, que ganarían más en otros campos más lucrativos, pero prefieren seguir en éste, quizá porque sólo se vive una vez y al final de la vida, cuando se mira hacia atrás, uno espera haber hecho algo más que ganar dinero, que amasar una pequeña o gran fortuna que, de todos modos, ha de dejar a sus herederos, que vaya usted a saber en qué se la gastarán. Pero sí, Frankfurt es una colosal kermesse de feriantes de todo el mundo –unos 7.000 expositores, entre editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, agentes literarios, impresores tradicionales, promotores de nuevas tecnologías vinculadas con la información y la comunicación–, apiñados en un macroespacio donde todas las cifras son pasmosas: más de cien países representados, más de 400.000 libros –en todos sus soportes– expuestos, más de 2.700 actividades paralelas (exposiciones, seminarios, conferencias, presentaciones de libros y colecciones, conciertos, veladas culturales…), más de… Todo en Frankfurt es gigantesco, y sin embargo El País reduce su información sobre la feria a anunciar que una editorial del grupo Prisa ha comprado los derechos de una novela sobre vampiros de Guillermo del Toro, más conocido hasta la fecha como director de cine. Para El País Guillermo del Toro se ha convertido en el auténtico protagonista de la feria; pero yo, si no llego a leer el periódico, no me habría enterado.
El verdadero problema de Frankfurt son sus proporciones. Es tan descomunal, que cada uno de sus ocho pabellones es tan grande como la mayor de las restantes ferias del mundo. Y eso dificulta el conocimiento mutuo. El mundo anglosajón se concentra en el pabellón 8, el único que cuenta con medidas de seguridad en las puertas de acceso. Y es todo un mundo aparte, hasta el punto de que es posible que muchos de los expositores allí instalados hayan venido desde Estados Unidos y no se hayan movido de sus stands. También es feliz en su autarquía Alemania, que ocupa dos pabellones, el 3 y el 4, y que al igual que ingleses, norteamericanos, canadienses, australianos, etc. etc., tienen bastante con sus propios libros y sus propios autores. No vienen a Europa a comprar, sino a vender. En contraste con los abarrotados pabellones germanos y anglosajones, los europeos y latinoamericanos están menos concurridos: el 6, donde está Francia, que ya no es la potencia cultural y editorial que era, y el 5, donde se ubican España e Italia. La asistencia todavía se rarifica más en los espacios reservados a los países asiáticos, islámicos y africanos. Los españoles vienen sobre todo a comprar. Tienen poco que vender y andan al acecho del best seller que mejore sus cuentas de resultados y sobre los que se han basado la fama y la fortuna de tantos editores aclamados en la península.
Publicacions de la Universitat de València (PUV) tiene su propio stand desde hace unos años en el 4.2, el pabellón dedicado a la edición académica y científico-técnica. No es un mal lugar. Es donde se le pone ya una cara al futuro. Donde tienen lugar los debates más interesantes, donde se experimenta con las nuevas tecnologías, donde se forman los grandes consorcios de la nueva era digital. Hace tiempo que somos socios de la Amsterdam University Press, seguramente la mejor editorial universitaria europea continental (debo añadir el adjetivo “continental” porque también en Europa, aunque en Gran Bretaña, están radicadas las dos mejores del mundo, Oxford University Press y Cambridge University Press, con quienes también tenemos negocios, no crean). Hoy han intentado convencernos de que nos sumemos, como socios españoles, a su nuevo proyecto editorial, la publicación en Open Access de libros de humanidades y ciencias sociales. De momento cuentan con tres socios holandeses, uno británico, uno francés, uno alemán y otro italiano. Podría ser una buena iniciativa, pero hay que estudiarla con calma antes de adherirse a ella. Sobre todo para saber en qué se diferencia de los repositorios que ahora impulsan algunas universidades españolas, entre ellas la de Valencia, a imagen y semejanza del MIT. Quizá una buena diferencia sea que el proyecto lo impulsan editoriales universitarias, y es que toda publicación, aunque sea en la red, exige un editor, la atención y el cuidado que pone un editor. Luego están los aspectos económicos, más espinosos. Ya veremos. Lo que es cierto es que es un proyecto inteligente, que es un proyecto europeo (¡por fin no vamos a remolque de los americanos!), que es un proyecto universitario y que está directamente vinculado al desarrollo de las nuevas tecnologías. Esto es, que pretende conseguir una mayor, mejor, más rápida y más fácil difusión del conocimiento científico y académico, de los resultados de la investigación en los diferentes campos del saber, de los materiales didácticos, de la reflexión sobre los problemas y las preocupaciones sociales de nuestro tiempo. Y esto es sólo una pequeña parte de lo que ofrece Frankfurt (aparte, claro está, de una escapada a la casa de Goethe, del alterne nocturno en una de las numerosas fiestas ofrecidas por los editores locales o de acabar la velada en un garito de jazz escuchando la voz gastada y ronca de la negra americana que lo regenta y que sólo canta cuando los clientes habituales se lo piden). ¿Quién dijo que Frankfurt no merecía ya la visita y que prefería la feria más racial del parque del Retiro?
Naturalmente, todos los años hay polémica. El año pasado fue la ausencia de escritores en castellano en la delegación de la cultura catalana. Una imbecilidad –no la ausencia, sino la polémica– creada artificialmente desde la prensa madrileña. En Cataluña puede haber dos lenguas –o más, si incluimos las de los inmigrantes mayoritarios–, pero la cultura catalana, que era la invitada de honor, se expresa en catalán; en el Líbano y en Argelia hay escritores que escriben en árabe y otros que escriben en francés, pero si la invitada es la cultura árabe, la lengua representada es la árabe, y no hay más caso. Este año la polémica es sobre el trato que Turquía dispensa a los kurdos, que no es de recibo, pero que no empaña el valor e interés de la literatura turca, de la cultura turca en general.
La Feria de Frankfurt es, pues, un gran evento cultural. Pero, es verdad, es también o sobre todo un lugar para hacer negocios, para mercadear, para intentar ganar dinero con una mercancía tan peculiar como el libro, que ni siquiera –como ahora ya sabemos– es un objeto físico, sino un contenido que se puede ofrecer, comprar y leer en diferentes soportes, desde el papel al CD, la pantalla del ordenador conectada a Internet o el lector con tinta electrónica que ya comercializan Amazon y Sony. Ayer ya se profetizaba por aquí que en diez años el libro digital habrá sustituido al impreso en papel. Puede que eso sea verdad en algunos ámbitos, como las grandes obras de referencia, enciclopedias y diccionarios, en los materiales didácticos (necesariamente multimedia) y en las revistas de investigación, pero todavía quedarán sectores, como la creación literaria o las revistas culturales, donde la “migración” al nuevo soporte será mucho más lenta.
La Feria de Frankfurt, al contrario que la de Madrid, no es una feria abierta al gran público (sólo el último día). Es una feria de profesionales. De profesionales del libro, que son además grandes lectores, los primeros en gozar de su propio trabajo. Porque les puedo asegurar que suelen ser tipos inteligentes, que ganarían más en otros campos más lucrativos, pero prefieren seguir en éste, quizá porque sólo se vive una vez y al final de la vida, cuando se mira hacia atrás, uno espera haber hecho algo más que ganar dinero, que amasar una pequeña o gran fortuna que, de todos modos, ha de dejar a sus herederos, que vaya usted a saber en qué se la gastarán. Pero sí, Frankfurt es una colosal kermesse de feriantes de todo el mundo –unos 7.000 expositores, entre editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, agentes literarios, impresores tradicionales, promotores de nuevas tecnologías vinculadas con la información y la comunicación–, apiñados en un macroespacio donde todas las cifras son pasmosas: más de cien países representados, más de 400.000 libros –en todos sus soportes– expuestos, más de 2.700 actividades paralelas (exposiciones, seminarios, conferencias, presentaciones de libros y colecciones, conciertos, veladas culturales…), más de… Todo en Frankfurt es gigantesco, y sin embargo El País reduce su información sobre la feria a anunciar que una editorial del grupo Prisa ha comprado los derechos de una novela sobre vampiros de Guillermo del Toro, más conocido hasta la fecha como director de cine. Para El País Guillermo del Toro se ha convertido en el auténtico protagonista de la feria; pero yo, si no llego a leer el periódico, no me habría enterado.
El verdadero problema de Frankfurt son sus proporciones. Es tan descomunal, que cada uno de sus ocho pabellones es tan grande como la mayor de las restantes ferias del mundo. Y eso dificulta el conocimiento mutuo. El mundo anglosajón se concentra en el pabellón 8, el único que cuenta con medidas de seguridad en las puertas de acceso. Y es todo un mundo aparte, hasta el punto de que es posible que muchos de los expositores allí instalados hayan venido desde Estados Unidos y no se hayan movido de sus stands. También es feliz en su autarquía Alemania, que ocupa dos pabellones, el 3 y el 4, y que al igual que ingleses, norteamericanos, canadienses, australianos, etc. etc., tienen bastante con sus propios libros y sus propios autores. No vienen a Europa a comprar, sino a vender. En contraste con los abarrotados pabellones germanos y anglosajones, los europeos y latinoamericanos están menos concurridos: el 6, donde está Francia, que ya no es la potencia cultural y editorial que era, y el 5, donde se ubican España e Italia. La asistencia todavía se rarifica más en los espacios reservados a los países asiáticos, islámicos y africanos. Los españoles vienen sobre todo a comprar. Tienen poco que vender y andan al acecho del best seller que mejore sus cuentas de resultados y sobre los que se han basado la fama y la fortuna de tantos editores aclamados en la península.
Publicacions de la Universitat de València (PUV) tiene su propio stand desde hace unos años en el 4.2, el pabellón dedicado a la edición académica y científico-técnica. No es un mal lugar. Es donde se le pone ya una cara al futuro. Donde tienen lugar los debates más interesantes, donde se experimenta con las nuevas tecnologías, donde se forman los grandes consorcios de la nueva era digital. Hace tiempo que somos socios de la Amsterdam University Press, seguramente la mejor editorial universitaria europea continental (debo añadir el adjetivo “continental” porque también en Europa, aunque en Gran Bretaña, están radicadas las dos mejores del mundo, Oxford University Press y Cambridge University Press, con quienes también tenemos negocios, no crean). Hoy han intentado convencernos de que nos sumemos, como socios españoles, a su nuevo proyecto editorial, la publicación en Open Access de libros de humanidades y ciencias sociales. De momento cuentan con tres socios holandeses, uno británico, uno francés, uno alemán y otro italiano. Podría ser una buena iniciativa, pero hay que estudiarla con calma antes de adherirse a ella. Sobre todo para saber en qué se diferencia de los repositorios que ahora impulsan algunas universidades españolas, entre ellas la de Valencia, a imagen y semejanza del MIT. Quizá una buena diferencia sea que el proyecto lo impulsan editoriales universitarias, y es que toda publicación, aunque sea en la red, exige un editor, la atención y el cuidado que pone un editor. Luego están los aspectos económicos, más espinosos. Ya veremos. Lo que es cierto es que es un proyecto inteligente, que es un proyecto europeo (¡por fin no vamos a remolque de los americanos!), que es un proyecto universitario y que está directamente vinculado al desarrollo de las nuevas tecnologías. Esto es, que pretende conseguir una mayor, mejor, más rápida y más fácil difusión del conocimiento científico y académico, de los resultados de la investigación en los diferentes campos del saber, de los materiales didácticos, de la reflexión sobre los problemas y las preocupaciones sociales de nuestro tiempo. Y esto es sólo una pequeña parte de lo que ofrece Frankfurt (aparte, claro está, de una escapada a la casa de Goethe, del alterne nocturno en una de las numerosas fiestas ofrecidas por los editores locales o de acabar la velada en un garito de jazz escuchando la voz gastada y ronca de la negra americana que lo regenta y que sólo canta cuando los clientes habituales se lo piden). ¿Quién dijo que Frankfurt no merecía ya la visita y que prefería la feria más racial del parque del Retiro?
Antoni Furió
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