Cuando en octubre de 1944, aparecía en las páginas de Estrella Roja (Krasnaia Zvezda), la revista del Ejército Rojo, el artículo de Vasili Grossman “El infierno de Treblinka”, aún faltaban unos llargos meses para que el campo de exterminio de Auschwitz fuese liberado también por las tropas soviéticas. La narración de Grossman, escritor y periodista ruso de origen judío, ahora traducida al catalán en la última edición de L’Espill, fue así el primer testimonio de lo que se denominaría “literatura del Holocausto”. Basado en las experiencias de un puñado de supervivientes y en las declaraciones de los campesinos polacos de los alrededores, este documento literalmente estremecedor, a pesar de algunas inexactitudes, reconstruía el funcionamiento de esta verdadera “fábrica de muerte” que era Treblinka, una pieza clave –junto con Sobibor y Belzec– de la denominada Operación Reinhardt, planificada por las SS para acabar con la mayor parte de la población judía de la Europa oriental. Cuando el campo fue desmantelado por los nazis, un año antes de la llegada del Ejército Rojo, había cumplido sus siniestros objetivos: se estima que unas 750.000 personas, en su inmensa mayoría judíos, habían sido asesinadas y quemadas en un año de funcionamiento. Y los nazis aún tuvieron un año más para destruir todas las pruebas: en el momento que Grossman llegó como corresponsal oficial, del camp no quedaba nada. Era un inmenso, desolado e inverosímil terreno de cultivo en medio del bosque. Quizá por ello, a pesar de ser el primero de los grandes centros de exterminio conocido, no se convirtió en el lugar de memoria del Holocausto, que pasaría a simbolizarse en Auschwitz. Ciertamente, Auschwitz era un enorme complejo, con numerosos centros secundarios, y donde fue exterminado un número muy superior de personas, prácticamente todas judías, que se ha calculado en més de un millón de víctimas. Ahora bien, quizá Treblinka representaba de manera mucho más conseguida la consigna de Nach und Nebel (“Nit i boira”), la voluntad de exterminar y de hacer desaparecer cualquier rastro de la población judía de Europa, incluso eliminando el menor vestigio de la matanza: como si nunca hubiese existido. Treblinka –en concreto el campo número II– era estrictamente un lugar planificado para matar y eliminar cadáveres, a un ritmo seguramente más frenético que en Auschwitz, un campo éste que estuvo en activo durante cinco años y que comprendía, además de los lugares de exterminio inmediato, fábricas y otros centros destinados al trabajo en condiciones de esclavitud. Probablemente, la magnitud global de las cifras de Auschwitz, quizá la existencia de más supervivientes capaces de relatar la su experiencia y la conservación de parte de las instalacionrs –incluyendo las cámaras de gas– ha favorecido que, finalmente, haya desplazado a Treblinka como lugar de memoria. Pero al leer el texto de Grossman, aquel espacio desolado en medio de unos bosques tristes, un terreno vacío donde actualmente sólo se pueden ver unos austeros monumentos conmemorativos –unas traviesas de madera que recuerdan la vía del tren y unas rocas esparcidas por el suelo, simbolizando las poblacions de origen de las víctimas–, alcanza una fuerza evocadora que quizá no tenga Auschwitz. Ante el peligro de un cierto turismo banalizador que amenaza a Auschwitz, con visitantes tomando fotografías de las cámaras de gas con los móviles y donde incluso puede pasar –como decía Imre Kertész— que te roben la cartera, el vacío, la nada de Treblinka me parece más evocador de aquella tragedia, de aquel crimen lamentablemente logrado. Porque tal com decía Grossman al final de su artículo: “No olvidemos que de esta guerra los fascistas guardarán no solamente la amargura de la derrota, sino también el voluptuoso recuerdo de los asesinatos en masa fácilmente efectuados. Es esto lo que tienen que recordar, ásperamente y día tras día, quienes aprecien el homor, la libertad y la vida de todos los pueblos, de toda la humanidad”. Y en este sentido, el propio artículo de Grossman, se convierte también en un lugar de memoria, más aún: en una denuncia llena de actualidad del racismo y del fascismo que todavía se incuba en unas sociedades demasiado satisfechas con la conmemoración ritual del pasado.
Pau Viciano
Pau Viciano
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